Estaba pensando en el doctor Strauss, cuando me dijo que escribiera todo lo que me pasa para poder estudiar mi caso y ver si ellos podían hacerme listo. Ahora escribo porque me apetece, no por prescripción médica. Luego le enseñaré lo que yo quiera que lea, si es que vuelvo alguna vez a su consulta. No sé ni siquiera si volveré a la panadería. De momento, estoy muy bien aquí, en la playa, con Billie. Él me conoce mejor que nadie. Sabe que necesito mi tiempo para estar solo. Él también lo necesita, claro, aunque cuando está mucho tiempo solo va en busca de compañía. Es así. Billie tiene suerte al fin y al cabo. De momento su colon parece que le ha dado una tregua después de aquel aviso. Además, ya no trabaja desde que dejó el barco hace aproximadamente un año. Dice que en alta mar se bebe mucho y su enfermedad no aguanta tanto alcohol. Ahora bebe, pero dice que en tierra firme sabe cuándo debe parar: si después de dos copas el suelo se mueve como cuando estaba en el barco, entonces es el momento de dejarlo.
No sé cómo fue a recalar en la panadería un viejo lobo de mar. No recuerdo si le conté al doctor Strauss que Billie fue pescador. Bueno, qué más da. Estos días en la playa son como unas vacaciones que no merezco. Billie no tuvo vacaciones durante veinte años, sólo cuando la flota hacía su paro biológico, pero incluso en ese tiempo aprovechaba para trabajar con las redes. Ahora echa una mano en la tienda de Corso y en la panadería. A veces va al mercado y ayuda a cargar cajas para ir tirando. No sé cuánto tiempo durará en tierra firme. Billie no me ha hablado mucho de su oficio, ahora que lo pienso, pero sé que le gustaba. Por lo menos, siente nostalgia frente al mar. Aquí, sentado en la orilla, le he visto intentando tocar el horizonte con su mano, como cuando un niño tapa el sol con un dedo y no entiende por qué no se queda todo a oscuras. Billie trata de ser un niño. Tiene su mirada esa desazón agridulce del que espera ser sorprendido por un faro, pero en tierra no hay quien nos salve del pedregal. Me gusta escribir aquí, con la arena cubriéndome los pies como si intentara calzarme la playa entera, ¡con mar y todo!...
Se ha mojado una hoja mientras escribo. Será la brisa. Ahora alzo la vista y veo a Billie anclado en la cornisa de espuma que devuelve el océano. Es inmenso. Me refiero a Billie, no al océano, que también lo es. Es grande Billie. Supongo que si me tuviera que inventar un padre sería como él. Descuidado con la nostalgia, se deja arrastrar por ella entre sonrisas y miradas vacías mientras me cuenta historias que le han robado algo de su interior. Allá dentro, más hondo que el fondo de este gris océano, Billie tiene guardada la llave de su vida. Nunca intentaré buscarla, porque no sé qué puede abrir esa llave. Prefiero esperar junto a él, como dos islas que aprenden a perder y a encontrar lo que esconde ese sol, que hoy sigue brillando debajo de nuestros dedos.
Canción: Ne me quitte pàs (Jacques Brel)
No sé cómo fue a recalar en la panadería un viejo lobo de mar. No recuerdo si le conté al doctor Strauss que Billie fue pescador. Bueno, qué más da. Estos días en la playa son como unas vacaciones que no merezco. Billie no tuvo vacaciones durante veinte años, sólo cuando la flota hacía su paro biológico, pero incluso en ese tiempo aprovechaba para trabajar con las redes. Ahora echa una mano en la tienda de Corso y en la panadería. A veces va al mercado y ayuda a cargar cajas para ir tirando. No sé cuánto tiempo durará en tierra firme. Billie no me ha hablado mucho de su oficio, ahora que lo pienso, pero sé que le gustaba. Por lo menos, siente nostalgia frente al mar. Aquí, sentado en la orilla, le he visto intentando tocar el horizonte con su mano, como cuando un niño tapa el sol con un dedo y no entiende por qué no se queda todo a oscuras. Billie trata de ser un niño. Tiene su mirada esa desazón agridulce del que espera ser sorprendido por un faro, pero en tierra no hay quien nos salve del pedregal. Me gusta escribir aquí, con la arena cubriéndome los pies como si intentara calzarme la playa entera, ¡con mar y todo!...
Se ha mojado una hoja mientras escribo. Será la brisa. Ahora alzo la vista y veo a Billie anclado en la cornisa de espuma que devuelve el océano. Es inmenso. Me refiero a Billie, no al océano, que también lo es. Es grande Billie. Supongo que si me tuviera que inventar un padre sería como él. Descuidado con la nostalgia, se deja arrastrar por ella entre sonrisas y miradas vacías mientras me cuenta historias que le han robado algo de su interior. Allá dentro, más hondo que el fondo de este gris océano, Billie tiene guardada la llave de su vida. Nunca intentaré buscarla, porque no sé qué puede abrir esa llave. Prefiero esperar junto a él, como dos islas que aprenden a perder y a encontrar lo que esconde ese sol, que hoy sigue brillando debajo de nuestros dedos.
Canción: Ne me quitte pàs (Jacques Brel)
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