Ayer se me caía la panadería encima. Estoy harto de estar aquí. Ya no hablo con el señor Donner, otra vez estamos igual que antes. El doctor Strauss se va alejando de mí poco a poco como si fuera un mal sueño que tengo que superar. No le he llamado, y eso que el profesor Neimur le dijo que estoy mejorando. No quiero hablar con el doctor Strauss y menos quiero ver a Sally, que ahora está tan contenta.
Esta mañana la señora Malory me hablaba de John, su hijo, y yo no escuchaba. Luego ha entrado Billie y yo he salido a la puerta de la panadería a comerme mi bollo de crema. Billie y la señora Malory hablaban dentro, incluso se reían. ¡Es increíble!.
Los coches que pasaban eran como un desfile fúnebre tras el féretro. Corso estaba en la puerta de su tienda con un habano en la boca. Me ha saludado con sus dos manos mientras miraba a otro lado. Yo, impulsivamente, me he puesto a cantar no sé qué canción. Ha salido Billie con las bolsas de la señora Malory mientras ella insistía en que podía con la carga. Los vi alejarse como si fueran un matrimonio que discute.
Pasó un coche con un niño dentro. Este coche no iba en la comitiva fúnebre, porque el niño me miró con los ojos abiertos como una puerta de dos hojas o como un libro de mil hojas, qué sé yo. El niño, apenas un mocoso, me miraba mientras alguien le llamaba desde dentro para que no se asomara. Yo seguía cantando no sé qué canción. Sacó la cabeza por la ventanilla con sus ojos como faros deslumbrándome. Ya a punto de perderse por la avenida Huckson, el mocoso del coche me sonrió. Yo dejé de cantar. Me regaló su sonrisa de pantano al completo, de rocío en rama. Ese niño se propuso matarme de amor con su mirada limpia. Era blanca y matutina.
Corso, que había visto la magia de aquel encuentro fugaz, se puso a bailar en círculos.
- ¡La vida nunca puede ser corta! –Dijo con el habano a medias en la boca.
- Sí. En todo caso nos viene grande –Le contesté mientras me despedía de él moviendo las manos sin mirarle.
Me metí en la panadería. Desde entonces supe que aquella canción que yo cantaba se llamaría la canción del niño pájaro.
Canción: Marginal (Pablo Milanés)
Esta mañana la señora Malory me hablaba de John, su hijo, y yo no escuchaba. Luego ha entrado Billie y yo he salido a la puerta de la panadería a comerme mi bollo de crema. Billie y la señora Malory hablaban dentro, incluso se reían. ¡Es increíble!.
Los coches que pasaban eran como un desfile fúnebre tras el féretro. Corso estaba en la puerta de su tienda con un habano en la boca. Me ha saludado con sus dos manos mientras miraba a otro lado. Yo, impulsivamente, me he puesto a cantar no sé qué canción. Ha salido Billie con las bolsas de la señora Malory mientras ella insistía en que podía con la carga. Los vi alejarse como si fueran un matrimonio que discute.
Pasó un coche con un niño dentro. Este coche no iba en la comitiva fúnebre, porque el niño me miró con los ojos abiertos como una puerta de dos hojas o como un libro de mil hojas, qué sé yo. El niño, apenas un mocoso, me miraba mientras alguien le llamaba desde dentro para que no se asomara. Yo seguía cantando no sé qué canción. Sacó la cabeza por la ventanilla con sus ojos como faros deslumbrándome. Ya a punto de perderse por la avenida Huckson, el mocoso del coche me sonrió. Yo dejé de cantar. Me regaló su sonrisa de pantano al completo, de rocío en rama. Ese niño se propuso matarme de amor con su mirada limpia. Era blanca y matutina.
Corso, que había visto la magia de aquel encuentro fugaz, se puso a bailar en círculos.
- ¡La vida nunca puede ser corta! –Dijo con el habano a medias en la boca.
- Sí. En todo caso nos viene grande –Le contesté mientras me despedía de él moviendo las manos sin mirarle.
Me metí en la panadería. Desde entonces supe que aquella canción que yo cantaba se llamaría la canción del niño pájaro.
Canción: Marginal (Pablo Milanés)
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