INFORME DE PROGRESOS, 13




Ayer volví a la consulta del doctor Strauss para seguir con nuestro trabajo en común, como dice él. Sally me abrió la puerta con una sonrisa clara tras sus gafas. Su actitud positiva me pilló desprevenido y no acerté a saludarla, titubeando mientras miraba sus ojos como lámparas de aceite centelleando y quemando todo a su alrededor. Me cogió amablemente del brazo y me llevó al despacho del doctor Strauss como si fuese la primera vez que estaba allí.

-¡Gregory, ahí va Charlie! –Dijo en voz alta mientras abría la puerta. La vi dirigirse a su mesa apartando el aire que molestaba a sus caderas. Su cuerpo enhiesto había vibrado esa noche en la cama del doctor Strauss, estoy seguro. Bueno, en la cama de Gregory, como ella le llama. ¡Qué confianzas!. Después de una conversación en horizontal, cuerpo a cuerpo, todo el mundo cree que conoce a la otra persona como si fuera ella misma. Pensé para mí: “Sally, no todo es sexo. Sobre todo, no todo es Gregory, también puede ser Charlie...”, pero me sonó tan arrogante que lo borré. Entonces escuché al doctor Strauss gritando que pasara de una vez.

Tenía un aspecto juvenil pese a su cara arrugada. Eran sus ojos de carnero los que le rejuvenecían. Pobre doctor. Pobre Sally. Pobre de mí, sin Sally ni ojos de carnero. El doctor Strauss me dijo que fuera a la consulta del profesor Neimur. Me lo podía haber dicho por teléfono y me habría ahorrado tiempo y ojos de carnero.

Hacía tanto que el profesor Neimur no me veía que, al entrar, preguntó quién era yo. Luego fingió que había sido una broma y que me había reconocido enseguida, el embustero. Él seguía como siempre con sus dibujos, sus esquemas de percepción y sus cartas manchadas de tinta negra. Yo pensaba: “¿no se aburre?...”. Parecía que no.
Entonces me sorprendió ver al profesor cómo cerraba los libros que tenía sobre la mesa y me contaba sus historias sin importancia, como cuando hablas con un amigo que no ves desde hace tiempo y tienes tanto que contarle que empiezas diciendo que este fin de semana pasado ha hecho mucho calor. Pero el profesor no era mi amigo. Ni siquiera se acordaba de mí, el embustero.

La conversación me daba sueño, esa es la verdad. Empezó a hablar de sus autores favoritos: Homero, Epicuro (que yo asocié a una enfermedad de la piel, no sé por qué), Apuleyo, Bertrand Russell, Nietzsche, Kafka (me sonaba el nombre),...
Era una confidencia gratuita a cambio de la mía, pero yo seguía escuchando entre bostezos sin decir nada. Después de unos minutos intentando aguantar un nombre tras otro, conseguí salir mentalmente de aquella conversación. Todo se hizo silencio con aquel rostro de fondo y me vino el Nessun dorma como si lo estuviera cantando a mi lado el mismísimo Pavarotti. Después de al alba vincerò yo asentía como interesado por la conversación y pensando al mismo tiempo: “¿sí?... joder, este hombre está loco. ¿Sí?... no se va a callar nunca. ¿Sí?... estúpido. ¿Sí?...”. Seguí con esa actitud largo tiempo, hasta que la situación me provocó risa y exploté en una carcajada ante el profesor Neimur. Debió coincidir con alguna broma patética de él, porque se rió conmigo, lo que me provocó más risa aún. Acabamos los dos casi por los suelos, riendo.

-¡Charlie, estás muy bien! ¡Creo que pronto acabaremos nuestras sesiones!

Me fui pensando que si ahora que me reía del profesor Neimur estaba bien, entonces ¿para qué iba a clases?, ¿para qué iba a la consulta?. Si el secreto para ser listo es reírse de todo y de uno mismo, ¡eso ya lo sabía hacer yo desde el principio!. Bueno, desde que conocí a Billie. Me hubiera ahorrado cartas de tinta negra y esquemas de percepción si me hubiera reído el primer día.

Y es que, a veces es todo tan sencillo que parece complicado.





Canción: De cabeza (Daniel Viglietti)

1 comentario:

DINOBAT dijo...

La sencillez de la locura es un arte olvidado...