Esta mañana ha venido Billie a la panadería, a la hora de mi desayuno. Le he preguntado si estaba bien, le he visto mala cara, además ayer no vino como de costumbre a hacerme compañía. Me ha dicho que ayer sufrió una recaída. Su colon se estrangula de vez en cuando y los dolores son muy fuertes. Dice que le pasa desde que tenía veinticinco años. Le dijo el doctor que eso son los nervios, que no debe preocuparse tanto por los problemas del mundo.
-Así mismo me lo dijo, como si fuera tan fácil. ¿Sabes, Charlie? No puedo quejarme. Mientras me retuerzo por mi dolor pienso que en ese momento están muriendo miles de personas en todo el mundo. No hace falta ir muy lejos para ver la muerte. Aquí mismo, en la tienda de Corso, vi morir a un hombre mientras yo me dirigía a la calle Lory. Yo iba en busca de una mujer y él tenía cita con la muerte, la más siniestra. Creo que le habían dado un navajazo en el estómago. Cuando llegó la ambulancia, él apenas pudo decir: “un whisky, por favor” y murió. Después de una hora de aquello, yo estaba en la cama de un sucio motel con la fulana más viciosa de la ciudad. ¡Me costaba tanto ver sus pechos y no la cara de aquel infeliz!. Es injusto, Charlie, llegar a casa y comer algo liviano mientras ves imágenes por televisión de trozos de personas, de tartamudos físicos. Yo como tarta y ellos están mudos, en eso pienso al verlos así. ¡Joder, hay que tener una dosis de crueldad para sobrevivir, no seamos hipócritas!. En el fondo, la ayuda humanitaria para después de una guerra no llega a pagar las botas de los soldados que se encargan de provocarla. La ayuda de asociaciones siempre es necesaria, pero las personas que colaboran con estos misioneros más importantes que el mismísimo Jesucristo lo hacen con dinero, para sentirse mejor con ellos mismos. Yo me incluyo, Charlie. Pocos ejemplos dignos hacen creer en el ser humano como el de Vicente Ferrer. Un hombre, Charlie, que fue anarquista antes que fraile. Hay países diezmados por las colonias europeas y recompuestos con fronteras que no existían, uniendo dentro del mismo territorio a varias tribus diferentes para que se maten y limpien ellos mismos su propia mierda. Así somos, Charlie. La extinción de la especie humana es algo que hemos ganado por derecho, por pasividad, por incompetencia, por soberbia. No podemos esperar que todos los Vicente Ferrer que vengan arreglen esto. Vemos pasar la muerte y sólo imploramos arrodillados que no nos toque a nosotros, tan necios. Deseo sinceramente que lo único que me quede de tanto dolor humano sea este bocado de vez en cuando en mi colon.
Billie hablaba de estas cosas mientras sus manos apretaban el aire. Nunca le había visto tan indignado. Yo no había pensado en esto, es cierto. Me preocupaba por la relación entre el doctor Strauss y Sally, su enfermera. O por el señor Donner y miss Kinnian con su amor bajo llave. O por ser listo...
Estuvimos un buen rato en silencio. Billie se dirigió mecánicamente hacia la puerta.
-Aquel hombre murió cerca de aquí, Charlie. En la tienda de Corso. Una hora después, en la cama del motel, la fulana gritaba sobre mí: “sigue así, cariño. Me muero, me muero”.
Canción: Derecho humano (Silvio Rodriguez)
-Así mismo me lo dijo, como si fuera tan fácil. ¿Sabes, Charlie? No puedo quejarme. Mientras me retuerzo por mi dolor pienso que en ese momento están muriendo miles de personas en todo el mundo. No hace falta ir muy lejos para ver la muerte. Aquí mismo, en la tienda de Corso, vi morir a un hombre mientras yo me dirigía a la calle Lory. Yo iba en busca de una mujer y él tenía cita con la muerte, la más siniestra. Creo que le habían dado un navajazo en el estómago. Cuando llegó la ambulancia, él apenas pudo decir: “un whisky, por favor” y murió. Después de una hora de aquello, yo estaba en la cama de un sucio motel con la fulana más viciosa de la ciudad. ¡Me costaba tanto ver sus pechos y no la cara de aquel infeliz!. Es injusto, Charlie, llegar a casa y comer algo liviano mientras ves imágenes por televisión de trozos de personas, de tartamudos físicos. Yo como tarta y ellos están mudos, en eso pienso al verlos así. ¡Joder, hay que tener una dosis de crueldad para sobrevivir, no seamos hipócritas!. En el fondo, la ayuda humanitaria para después de una guerra no llega a pagar las botas de los soldados que se encargan de provocarla. La ayuda de asociaciones siempre es necesaria, pero las personas que colaboran con estos misioneros más importantes que el mismísimo Jesucristo lo hacen con dinero, para sentirse mejor con ellos mismos. Yo me incluyo, Charlie. Pocos ejemplos dignos hacen creer en el ser humano como el de Vicente Ferrer. Un hombre, Charlie, que fue anarquista antes que fraile. Hay países diezmados por las colonias europeas y recompuestos con fronteras que no existían, uniendo dentro del mismo territorio a varias tribus diferentes para que se maten y limpien ellos mismos su propia mierda. Así somos, Charlie. La extinción de la especie humana es algo que hemos ganado por derecho, por pasividad, por incompetencia, por soberbia. No podemos esperar que todos los Vicente Ferrer que vengan arreglen esto. Vemos pasar la muerte y sólo imploramos arrodillados que no nos toque a nosotros, tan necios. Deseo sinceramente que lo único que me quede de tanto dolor humano sea este bocado de vez en cuando en mi colon.
Billie hablaba de estas cosas mientras sus manos apretaban el aire. Nunca le había visto tan indignado. Yo no había pensado en esto, es cierto. Me preocupaba por la relación entre el doctor Strauss y Sally, su enfermera. O por el señor Donner y miss Kinnian con su amor bajo llave. O por ser listo...
Estuvimos un buen rato en silencio. Billie se dirigió mecánicamente hacia la puerta.
-Aquel hombre murió cerca de aquí, Charlie. En la tienda de Corso. Una hora después, en la cama del motel, la fulana gritaba sobre mí: “sigue así, cariño. Me muero, me muero”.
Canción: Derecho humano (Silvio Rodriguez)
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