INFORME DE PROGRESOS, 07




Esta tarde, en la clase de miss Kinnian ha ocurrido algo extraño. Yo escribía las oraciones que miss Kinnian ponía en la pizarra: “La abeja no ha sido. El coche ha entrado en el garaje. La luna se ha escondido. Llueve todo el día sobre”. En ese momento miss Kinnian ha tirado la tiza con rabia al suelo y se ha puesto a llorar. Ha salido de la clase y no ha vuelto. El director Bikman nos ha dicho más tarde que podíamos irnos a casa. Entonces, cuando estaba llegando a la panadería, he visto al señor Donner hablando con miss Kinnian, que estaba como loca. Nunca había visto así a miss Kinnian. El señor Donner, después de una pausa mirando al suelo, la ha cogido del hombro con delicadeza y ha entrado con ella en casa. Yo he preferido dar un paseo por la ciudad.
Mientras caminaba he estado pensando en los dos. Quizás sean pareja y él le ha roto el corazón o quizás ella no quiere enamorarse y él la consuela diciendo que eso tiene que ocurrir aunque uno no quiera o quizás él le ha sido infiel y ella está enfadada porque creía que era el hombre de su vida. Pobre miss Kinnian. Ahora la veo diferente. Creo que una persona llorando no puede enseñarme a ser listo.
He llegado a Weill – Park casi sin darme cuenta, guiado por mis pies y por la historia de amor de miss Kinnian y el señor Donner. Bueno, eso es lo que yo imagino. Quizás está llorando sólo porque le duele la cabeza, aunque ese no es un buen motivo para salir disparada de clase en busca del señor Donner, que no es médico...
Me he sentado en un banco junto al estanque. En la otra orilla he visto a una pareja joven, bueno, de mi edad. Estaban besándose. ¡Vaya!. Ella mantenía su mano derecha en el aire, como intentando volar. Luego, con la misma mano ha acariciado el rostro de él, que con los ojos cerrados movía la cara de un lado a otro, como queriendo entrar en su boca. La mano de ella ha intentado separar la cara de él, más que nada para poder respirar supongo, pero él ha seguido un cursillo de dos segundos de espeleología y se ha adentrado definitivamente en la boca de ella, no sin antes sujetarse en uno de sus pechos para no caer, o para tomar impulso y entrar de una vez por la boca de ella... ha sido asqueroso.
Mis besos eran de otra forma. Cuando besé a Daisy, en primaria, recuerdo que le pedí que no abriera la boca. Fue un beso tan inocente que los compañeros de clase creían que estábamos peleando. Desde entonces he besado con prismáticos. Me gustaría saltarme el protocolo y despertar sobre el vientre plano de Sally, la enfermera del doctor Strauss. Por cierto, todavía no me ha llamado después de la que armé en su consulta. Quizás se haya dado cuenta de que no puede usarme para hacerme listo.
Bueno, esperaré un rato más en el parque pero sin mirar a esa pareja que sigue besándose. O ella se ahoga o es un camaleón porque ha cambiado tres veces de color. No quiero volver a la panadería y encontrar al señor Donner besando a miss Kinnian.
En el fondo estoy celoso. Llego a entender eso, porque desde Daisy, los besos son de compasión. Quizás aquél también lo fuera. Desprecio los besos por mi mala experiencia. Por eso a veces no sé por qué pienso tanto en Sally, si mi experiencia con ella ha sido... ninguna.

Tengo que poner en orden los besos que daré a Sally, con la boca abierta. Numerarlos y clasificarlos. Si no lo hago, creo que su lengua me provocaría vómitos... de placer.




Canción: Hacia dónde (Marta Valdés)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es curioso cómo el protagonista intuye que tiene que haber cierto placer en aquello que a primera vista le parece repugnante.