Hoy me he levantado de un salto para ir a la panadería y al ver mi bañador y mi resaca ante el espejo me he dado cuenta de que estaba en el hotel. Billie ya había salido.
Después de una ducha fría he bajado a desayunar, pero ya era la hora del almuerzo. Billie no estaba por allí, así que he comido solo. Después me he acercado a la playa. Allí he visto a un grupo de músicos, pero no estaban tocando. Dormían a la sombra del malecón abrazados a sus instrumentos. Un hombre mayor hacía guardia junto a ellos. Me dijo que esa noche tocarían por allí. Le pregunté en qué local.
-Por aquí –Me dijo moviendo sus manos como si quisiera volar.
Eché un vistazo a las chicas que hacían el amor con las olas y me fui a la ciudad. Una ciudad con mar tiene sus inconvenientes: la brisa lleva la sal a todos lados y el aire parece fuego mojado. Intentaré pensar en las ventajas: Este calor no viene del horno de la panadería, no está el señor Donner ni miss Kinnian, no está el doctor Strauss ni... ni el profesor Neimur. En fin, todo parece preparado para mí. Incluso he podido pasear solo.
Después de unas horas dando vueltas me detuve ante una tienda de animales. Las tortugas estaban como frente a un pelotón de fusilamiento. En la misma calle vi un letrero donde ponía un nombre extraño y, abajo, en letras grandes, JUEZ DE PAZ. Me pareció una contradicción, no sé por qué. Quizás porque imaginaba a un juez en medio de un campo de batalla, sorteando las bombas con su portafolios bajo el brazo y esa cara bajo unas gafas gruesas con expresión de que llega tarde a algún sitio. Después estuve repitiendo una y otra vez en voz baja la palabra PAZ. Al final, me sonaba a disparo.
Llegué reventado al hotel y vi a Billie tomando el sol en la playa, como un turista más. Me resultó tan extraño que no le dije nada. A lo lejos se escuchaba música. Me acerqué a la multitud. Tocaban flautas de madera y una especie de guitarra pequeña. Sonaba como una invocación. También cantaban. Era alegre, pero sus voces sonaban como quejándose, aunque de vez en cuando soltaban gritos y silbidos. Era como una tragicomedia griega de las que leíamos a escondidas en clase de miss Kinnian mientras ella creía que dibujábamos paisajes. Me puse a bailar sin saber bien por qué. En el fragor del baile no me había dado cuenta que a mi lado, tocando un gran tambor, estaba el hombre mayor que vi antes en la playa.
-¿En qué local bailas?
-Por aquí –Le dije, riendo y moviendo las manos como si quisiera volar.
Canción: Canción y Huayno (Mercedes Sosa)
Después de una ducha fría he bajado a desayunar, pero ya era la hora del almuerzo. Billie no estaba por allí, así que he comido solo. Después me he acercado a la playa. Allí he visto a un grupo de músicos, pero no estaban tocando. Dormían a la sombra del malecón abrazados a sus instrumentos. Un hombre mayor hacía guardia junto a ellos. Me dijo que esa noche tocarían por allí. Le pregunté en qué local.
-Por aquí –Me dijo moviendo sus manos como si quisiera volar.
Eché un vistazo a las chicas que hacían el amor con las olas y me fui a la ciudad. Una ciudad con mar tiene sus inconvenientes: la brisa lleva la sal a todos lados y el aire parece fuego mojado. Intentaré pensar en las ventajas: Este calor no viene del horno de la panadería, no está el señor Donner ni miss Kinnian, no está el doctor Strauss ni... ni el profesor Neimur. En fin, todo parece preparado para mí. Incluso he podido pasear solo.
Después de unas horas dando vueltas me detuve ante una tienda de animales. Las tortugas estaban como frente a un pelotón de fusilamiento. En la misma calle vi un letrero donde ponía un nombre extraño y, abajo, en letras grandes, JUEZ DE PAZ. Me pareció una contradicción, no sé por qué. Quizás porque imaginaba a un juez en medio de un campo de batalla, sorteando las bombas con su portafolios bajo el brazo y esa cara bajo unas gafas gruesas con expresión de que llega tarde a algún sitio. Después estuve repitiendo una y otra vez en voz baja la palabra PAZ. Al final, me sonaba a disparo.
Llegué reventado al hotel y vi a Billie tomando el sol en la playa, como un turista más. Me resultó tan extraño que no le dije nada. A lo lejos se escuchaba música. Me acerqué a la multitud. Tocaban flautas de madera y una especie de guitarra pequeña. Sonaba como una invocación. También cantaban. Era alegre, pero sus voces sonaban como quejándose, aunque de vez en cuando soltaban gritos y silbidos. Era como una tragicomedia griega de las que leíamos a escondidas en clase de miss Kinnian mientras ella creía que dibujábamos paisajes. Me puse a bailar sin saber bien por qué. En el fragor del baile no me había dado cuenta que a mi lado, tocando un gran tambor, estaba el hombre mayor que vi antes en la playa.
-¿En qué local bailas?
-Por aquí –Le dije, riendo y moviendo las manos como si quisiera volar.
Canción: Canción y Huayno (Mercedes Sosa)
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