Ayer, mientras Luis nos preparaba mate junto a sus compañeros de grupo, nos dijo que se marchaba a su país. “Vuelvo al sur”, susurró en voz baja como un deseo que le había acompañado casi toda la vida. Y así era. Sus compañeros se le echaron encima con noticias y cartas escritas rápidamente sobre papel pautado, dirigidas a sus familias. El mate tenía ese sabor a barrio que nos cantaba Luis en sus historias suburbanas, ese matiz sombrío que enamoraba como la fe de un mishé por su fulana. Billie sabía de eso aunque sus fulanas no tenían acento porteño, lo que habría sido ya la guinda del pastel, decía.
Una farra de despedida que sonaba a un hastaluego, con aroma a nomeolvides nos llevó a la confidencia a los tres de siempre, porque el violinista y los demás no dijeron nada, sólo tocaban, como era su costumbre.
Luis se marchó por la noche con su guitarra y una maleta pequeña que llevaba siempre consigo. Parecía que la hubiera cogido el día que salió de Argentina como un recuerdo o un frasco, con el único fin de llevarla de vuelta a casa. Se perdió en un barco y Billie le despidió como el que se despide de sí mismo (es decir, no dijo nada)
El violinista se quedó con el grupo, quizás hasta que otra llamada del mar lo llevara a agua firme. Era como un marinero anclado en tierra, por eso se llevaba bien con Billie. Los dos miraban al mar como a la vagina a la que esperas volver algún día para nacer de nuevo.
Esta mañana con la resaca de la despedida, Billie me ha dicho: “prepara las cosas, Charlie. Volvemos”. Un frío recorrió mi cuerpo. Las lágrimas empujaban como si quisieran romperme los ojos, pero no lloré. Subimos al coche sin despedirnos del violinista ni del grupo de Luis. El mar quedó a nuestras espaldas como el que deja un amor eterno por ver si lo puede olvidar.
No le pregunté a Billie si había hablado con el señor Donner, supongo que sí. En estos días debería haber buscado trabajo por aquí, para no volver a la panadería, pero he estado ocupado en vivir. Nunca había estado tanto tiempo fuera. No me veo donde estaba antes, con esos doctores y esos bollos de crema, pero tampoco sé muy bien qué otra cosa podría hacer.
La noche nos sorprendió viajando. Cuando la brisa no era más que un recuerdo, Billie paró el coche bajo una sombra que nos protegiera de la luna, para llorarme y decirme:
-Si algún día quiero abandonar esta puta vida y tú estás cerca, recuérdame todo lo que hemos vivido. Y si, aún así, quiero abandonar esta puta vida, entonces mátame tú mismo
Allí nos hemos quedado, abrazados como dos piedras de una pirámide, derramando mar a borbotones.
Canción: Vuelvo al sur (canta Caetano Veloso)
FIN
Una farra de despedida que sonaba a un hastaluego, con aroma a nomeolvides nos llevó a la confidencia a los tres de siempre, porque el violinista y los demás no dijeron nada, sólo tocaban, como era su costumbre.
Luis se marchó por la noche con su guitarra y una maleta pequeña que llevaba siempre consigo. Parecía que la hubiera cogido el día que salió de Argentina como un recuerdo o un frasco, con el único fin de llevarla de vuelta a casa. Se perdió en un barco y Billie le despidió como el que se despide de sí mismo (es decir, no dijo nada)
El violinista se quedó con el grupo, quizás hasta que otra llamada del mar lo llevara a agua firme. Era como un marinero anclado en tierra, por eso se llevaba bien con Billie. Los dos miraban al mar como a la vagina a la que esperas volver algún día para nacer de nuevo.
Esta mañana con la resaca de la despedida, Billie me ha dicho: “prepara las cosas, Charlie. Volvemos”. Un frío recorrió mi cuerpo. Las lágrimas empujaban como si quisieran romperme los ojos, pero no lloré. Subimos al coche sin despedirnos del violinista ni del grupo de Luis. El mar quedó a nuestras espaldas como el que deja un amor eterno por ver si lo puede olvidar.
No le pregunté a Billie si había hablado con el señor Donner, supongo que sí. En estos días debería haber buscado trabajo por aquí, para no volver a la panadería, pero he estado ocupado en vivir. Nunca había estado tanto tiempo fuera. No me veo donde estaba antes, con esos doctores y esos bollos de crema, pero tampoco sé muy bien qué otra cosa podría hacer.
La noche nos sorprendió viajando. Cuando la brisa no era más que un recuerdo, Billie paró el coche bajo una sombra que nos protegiera de la luna, para llorarme y decirme:
-Si algún día quiero abandonar esta puta vida y tú estás cerca, recuérdame todo lo que hemos vivido. Y si, aún así, quiero abandonar esta puta vida, entonces mátame tú mismo
Allí nos hemos quedado, abrazados como dos piedras de una pirámide, derramando mar a borbotones.
Canción: Vuelvo al sur (canta Caetano Veloso)
FIN
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