INFORME DE PROGRESOS, 00





Hace ya unos años, mi amiga Charo Moreno me pidió que colaborara en su programa de radio. Escribí algunos capítulos de este Informe de progresos sin saber muy bien a dónde iba el personaje: como yo. Después de una semana (a capítulo diario) la historia no dejaba de dar vueltas en mi cabeza y fue un ejercicio muy enriquecedor para mí.
Es un bocado de la historia de Charlie Gordon, joven con problemas de adaptación obligado a escribir sus progresos diarios para que los doctores sepan si le “pueden usar”. Cada capítulo cierra con una canción que ayuda a conservar en la memoria las imágenes sugeridas.
La música de fondo que escogí para leer los Informes es una versión Jazz de la Sinfonía Patética de Tchaikovsky, tocada por el quinteto de Sonny Rollins.
Se emitía después de las noticias de las siete de la tarde en Radio Vivir, de Elda. Imaginaba a los trabajadores del calzado escuchando un serial radiofónico más propio de la noche entre suelas y ruidos mecánicos.
Seguro que no lo escuchaba nadie, pero Charo estaba enganchada.

Todo quedó en 23 capítulos que comparto ahora con vosotros en formato PodCast (o como se llame), con algunas modificaciones en el texto que hice después.

INFORME DE PROGRESOS, 01





El doctor Strauss dice que debo escribir lo que yo pienso y todas las cosas que a mí me pasan. No sé por qué, pero él dice que es muy importante. Será para que ellos puedan ver si me pueden usar. Miss Kinnian dice que pueden hacerme listo. Yo quiero ser listo. No sé si escribiré mucho. Todos los días me pasan cosas, pero repetidas. Por las mañanas estoy en la panadería Donner y por las tardes voy a las clases de miss Kinnian, en el colegio Bikman. El señor Donner me da once dólares por semana y bollos de crema y pastelillos, si quiero.

Esta mañana, el doctor Strauss me ha llamado por teléfono para recordarme que tenía una cita con el profesor Neimur a la hora de mi desayuno. Por el camino me he comido mi bollo de crema. El profesor Neimur tenía sobre la mesa unas cartas boca abajo. Pienso que he fallado y que ellos ya no me usarán a mí...

Lo que ha pasado es que me puse muy nervioso y me agarré a la silla como cuando voy al dentista. Me dijo: “tranquilo, Charlie”, y he tenido miedo porque eso quiere decir siempre que me van a hacer daño. El profesor Neimur le dio la vuelta a una carta y me preguntó: “¿Qué ves?”. Cuando era pequeño derramé tinta sobre el examen de matemáticas y me suspendieron y me manché los pantalones de tinta y de... “veo tinta derramada sobre la carta”, le contesté. Dijo sí con la cabeza y sonrió. Eso me tranquilizó de verdad. Continuó volviendo más cartas y lo que yo veía es que alguien había derramado tinta sobre todas ellas. Pensé que era una broma pero, cuando me levanté para regresar a la panadería, el profesor Neimur me detuvo: “Siéntate, Charlie. No hemos terminado”. Yo me asusté y no recuerdo bien lo que me dijo después. Sólo entendí que quería que yo le dijera qué se veía en las manchas de tinta de las cartas. Decía que había imágenes. Miré las cartas muy de cerca y luego, muy de lejos. “...Si hubiera sabido que iba a ver imágenes, habría traído mis gafas. Me las dejé en la panadería porque allí veo la televisión a veces”. No pareció importarle mucho mi comentario. Escribió algo en un papel. Yo miraba una y otra vez las cartas pensando: ”Pero, ¿qué es lo que quiere que vea?”. Tenía miedo de fallar, así que le dije que veía una bonita imagen de tinta negra que cubría las cartas blancas. Eso le enfadó todavía más. “No es eso, Charlie”, me contestó sacudiendo la cabeza mientras respiraba despacio como el que va a desmayarse de un momento a otro.

Le pregunté si otros ven imágenes en las manchas de tinta y me contestó que eso se llama test de Ro Chac, y que hay gente que ve cosas. Yo le pedí que me mostrara dónde. No me lo mostró pero me dijo: “piensa, imagina que hay algo”. Ahora me hablaba lentamente como lo hace miss Kinnian en clase. Yo cerré los ojos para imaginar y el profesor Neimur me advirtió: “mira las manchas, Charlie. ¿En qué te hace pensar esa mancha?”. Yo tenía sed después de todo aquel lío y quise terminar el juego cuanto antes. Además, me estaba meando. “Imagino una botella de tinta que se ha derramado sobre las cartas”. En ese momento, la punta de la pluma del profesor Neimur se rompió. El pobre saltó de su asiento con un resoplido y me indicó la puerta. Estaba verdaderamente enfadado y manchado de tinta negra. Me sentía culpable, pero tuve que dejarlo allí y salir corriendo. Yo quiero ser listo, pero es que en ese momento también me dolía el vientre...

Unos minutos más tarde, con los pantalones descorchados y mucho más tranquilo, miraba al techo del lavabo del profesor Neimur pensando con cierta ironía: “Creo que no he pasado el test de Ro Chac”.





Canción: Locuras (Silvio Rodríguez) a dúo con Pablo Milanés.

INFORME DE PROGRESOS, 02




A primera hora de la mañana ha entrado en la panadería miss Kinnian y ha pedido pan sin sal, como siempre. Le ha dicho al señor Donner que no participo en sus clases. Me he enfadado, porque se lo ha dicho a él y no a mí, que estaba delante. Además, yo siempre participo en todo porque quiero que ellos puedan usarme a mí y quiero ser listo. Pero ayer, en la clase de miss Kinnian hablaron de la muerte y yo no dije nada.

A la hora de mi desayuno ha entrado en la panadería el señor Curt. Aunque es un hombre mayor me deja llamarle Billie. Billie ha entrado justo cuando el señor Donner me estaba gritando por mi conducta en las clases. Ha intentado defenderme: “Deja en paz al muchacho. Ya sabe lo que tiene que hacer. Con treinta años ya se esconde para mear, ¿verdad, Charlie?”. Me gusta cómo me trata Billie. Es el único que me habla como a un adulto. Los demás, me gritan o me tratan con demasiada delicadeza. Por lo que veo, les doy lástima. Como al profesor Neimur: Me dijo que el test de Ro Chac lo hice bien, cuando yo sé que no es así, porque no vi las dichosas imágenes en la tinta negra.

El señor Donner ha salido a desayunar. Billie se ha quedado conmigo mientras me comía mi bollo de crema. Billie dice que el señor Donner me paga una miseria para que no pueda irme nunca de su lado. Yo le dije que no tengo a dónde ir. “Deja de compadecerte, Charlie. Te trata como a un imbécil”. Le dije que yo quiero ser listo. “¿En este agujero?”. Dice Billie que con once dólares por semana nadie puede ser listo. A lo sumo, onanísta. Billie me quiere, ya lo sé, pero a veces dice cosas que yo no entiendo. “Dile al viejo que doble tu paga o le doblo yo la cara”. Cuando Billie se ríe todo el mundo parece ofendido, como si su risa les recordara otros tiempos en que ellos también se reían. La señora Malory, por ejemplo, se va de la panadería cuando entra él, mirándolo con desprecio. Sin embargo, él la despide con una sonrisa y a veces un guiño. Incluso, se inclina ante ella. Billie dice que está enamorada de la mediocridad y tiene muy buen gusto para la hipocresía.
Yo le digo a Billie que el señor Donner me aprecia. Me deja ver la televisión cuando quiero, me ayuda a cobrar bien a los clientes y sobre todo, vivo en su casa. Además, estoy seguro de que quiere que sea listo, como miss Kinnian. Billie me dijo entonces: “ese viejo quiere hacer contigo un acto benéfico para ganarse los favores de esa bruja, que cree que el único sentido de su vida es protagonizar las fantasías sexuales de un panadero honrado que cuida de un deficiente hasta que se muera... perdona, Charlie. Sabes que te aprecio”.
Y es que Billie me trata como a un adulto. A veces no sé qué decir cuando hablo con él pero algún día lo sabré, porque voy a ser listo.

Cuando Billie salía de la panadería, le dije que ayer, en la clase de miss Kinnian hablaron de la muerte y yo no dije nada, porque la muerte de los demás me hace daño (eso lo dije mientras Billie se despedía de mí con una sonrisa) y, además, porque cuando mi muerte venga, (esto no lo dije)... yo ya no estaré.





Canción: Sad song (John Denver)

INFORME DE PROGRESOS, 03




Esta mañana, a la hora de mi desayuno, vino a verme Billie. Como el señor Donner se había marchado ya a desayunar, Billie entró silbando la canción de El viejo se ha ido a pasear. Después de atender a la señora Malory, que salió disparada diciendo que Billie estaba loco, me comí mi bollo de crema. Billie estaba contento. Me dijo que ayer, en un local de la calle Lory, conoció a una mujer en cuyos pechos puede buscarse el sentido de la vida sin encontrarlo jamás, o echar monedas por la ranura de su pozo y pegar la oreja hasta escuchar cómo chapotea al fondo el agua de su vagina. Dice que una mujer que aprende a ganarse el pan con el sudor de la frente de un hombre como él, merece todo el respeto. Me gusta escuchar a Billie. A veces no le entiendo, pero es el único que me habla como a un adulto.

Me preguntó por las sesiones de espiritismo de la bruja, (se refería a las clases de miss Kinnian), y le dije que ayer no fui porque el doctor Strauss me llevó otra vez a ver al profesor Neimur para que me hiciera otro test. Yo tenía miedo, porque quiero que ellos puedan usarme a mí, y quiero ser listo. El profesor Neimur me hizo una prueba de percepción con dos líneas paralelas que acababan en flechas, una hacia dentro y otra hacia fuera, y me preguntó qué línea era más larga de las dos. Yo veía más larga la que tenía la flecha hacia fuera, pero él dijo que las dos líneas eran iguales. Quiso engañarme. Me dijo que así se probaba una imperfección visual que se llama persistencia retiniana, y que yo la tenía. Creo que no he pasado el test...

Billie se rió mucho cuando se lo conté, pero con ternura y ruido como lo hace siempre.
Me dijo que esa imperfección la tengo yo y todo el país y todo el mundo que ve. Gracias a esa anomalía universal, dice, podemos ver las películas de cine sin notar que cada fotograma está cortado. Esos cortes imperceptibles se han usado, según Billie, para fabricar asesinos en serie durante la Segunda Guerra Mundial, poniendo imágenes de los enemigos sin que uno se dé cuenta. Después de ver esto, ya estaban preparados para matar al enemigo, que seguro que era amigo de alguien. Dice Billie que hasta la Coca cola se ha anunciado así en muchas películas y, al salir del cine, la gente tenía unas ganas tremendas de beber la sangre del imperialismo. Así llama él a la Coca cola.
Me pregunto si con ese método pueden hacer que alguien se vuelva listo. Billie piensa que no, en todo caso lo usan para lo contrario. Yo creo que el profesor Neimur no haría nada parecido conmigo. Tendré cuidado si alguna vez me invita a ir al cine.

Por la tarde no fui a las clases de miss Kinnian porque Billie me llevó a la Filmoteca. El señor Donner cree que estoy en clase. Miss Kinnian cree que estoy con el señor Donner. Eso me gusta, aunque mañana el señor Donner y miss Kinnian me gritarán, cada uno a la hora que le corresponde, porque yo les voy a decir la verdad. Porque ha sido maravilloso. Porque he visto con Billie Cinema Paradiso, una película italiana con esa luz especial. Porque contaba la historia de un cine de pueblo. Porque al final... al final salían los besos de Sofía Loren y el protagonista lloraba viendo esas imágenes. Porque yo también lloré, no sólo por las imágenes, sino más bien porque esa imperfección visual universal me permite soñar con que un día seré listo. Porque si todos compartimos esa imperfección para poder ver algo tan hermoso, ¿por qué no compartir la perfección algún día?




Canción: Cinema paradiso (Andrea y Ennio Morriconne)

INFORME DE PROGRESOS, 04




Hoy le he contado al señor Donner que ayer estuve con Billie en el cine y, por supuesto, me ha gritado. Esta tarde le contaré a miss Kinnian que ayer estuve con Billie en el cine y, por supuesto, me gritará. Es curioso, pero creo que harían buena pareja los dos. El señor Donner ni siquiera me ha preguntado por la película. De todas formas yo no iba a contarle nada, porque cree que voy al cine a dormir como hacía él cuando estaba casado. Tampoco tengo la necesidad de contarle todo al señor Donner, aunque al doctor Strauss sí se lo contaré porque quiero ser listo y la experiencia de anoche puede ayudar.

Y es que anoche, después del cine, Billie me llevó a conocer a la mujer de la calle Lory. Yo estaba nervioso pero no tenía miedo, porque aunque no soy listo, sé que me gustaría dormir sobre un vientre plano de mujer. Así que Billie me invitó a tomar una cerveza en ese local de la calle Lory, pero como me estoy medicando, le pedí al camarero un batido de chocolate. Billie dijo: “con Whisky, por favor”, mirándome con los ojos que tiene guardados para las situaciones difíciles. Yo no quería beber eso pero, al rato de estar allí, con la música como el humo que no dejaba respirar, tomé un trago como buscando aire en el fondo del mar y mi cabeza comenzó a dar vueltas hasta que Billie dijo basta, y paré.

Se sentó a mi lado una señora muy amable que hablaba sin parar, moviendo con delicadeza sus manos y sus labios. Billie parecía entenderla porque le reía las gracias, que a mí no me hacían. Era como una burguesa salida de un cuadro de esos franceses que tienen los colores desgastados. He visto algunos en los sobres de azúcar. Estuvo hablando con ella y, después de dos copas más, Billie me dijo que esperara y que me divirtiera un rato. Se levantaron y se fueron. Yo no dije nada, pero sabía que esa mujer no era la del otro día, la de los pechos como pozos de agua, porque no tenía monedas en el escote. Dejé allí el batido y la música como el humo y salí a la calle a esperar a Billie.

Las luces de los coches me recordaron lo del cine, la persistencia retiniana que me contó el profesor Neimur, y pensé que quizá algunos suicidas habían muerto bajo un coche creyendo que esa luz venía de una película como la que vi esa tarde. Quizá el suicidio era otra imperfección visual más, como los espejismos sin agua en el desierto, o la idea de ser listo, o de ser útil en las clases de miss Kinnian y en la panadería del señor Donner, o en la cama con una mujer que no pidiera mi acta cerebral... no sé. Al menos ahora creo que puedo darme cuenta de la distancia entre ellas y yo, como cuando conocí hace dos semanas y tres días a Sally, la enfermera del doctor Strauss.

Sé que su pelo no caerá sobre mi cuello nunca, que no tendré el sabor de sus pechos en una mañana sin televisión en la panadería y por supuesto sé que su luz, como en las películas, será de otro hombre listo, simpático y con un coeficiente intelectual al menos de noventa. Quizá estoy haciendo progresos, porque ahora veo en mi imaginación una flor abierta llamando a todas las abejas, y en esa carrera llego yo y me salpico de polen y estornudo y sonrío con los ojos llenos de sangre, y la flor se abre cada vez más hasta llegar al fondo de mis deseos y yo me quedo a vivir en esa flor por encima de las otras flores, pensando que es a Sally a la que pertenece...

Ese sueño se lo contaré al doctor Strauss. Y a Billie, si quiere oírlo después de dormir sobre un vientre plano de mujer.





Canción: La Magdalena (J. Sabina - Pablo Milanés)

INFORME DE PROGRESOS, 05





Hoy he ido a ver al Doctor Strauss, a la hora de mi desayuno. En la sala de espera me he comido el bollo de crema de chocolate. Cuando he entrado a la consulta, el doctor Strauss me ha dicho que esperara un momento allí mientras resolvía un asunto. Eso me lo dice siempre que va al lavabo. Sentada frente al ordenador estaba Sally, la enfermera del doctor Strauss. Tenía una tristeza en los ojos que intentaba ocultar tras sus gafas, pero yo la veía, aunque me sonriera y me preguntara qué tal me iba, yo sabía que estaba triste. Me parecía más hermosa con su tristeza, pero no quería verla así. Nuestras miradas chocaron accidentalmente y yo me sentí desnudo. Entonces entró el doctor Strauss, tan oportuno.
Yo intentaba tapar mis deseos con ese rostro de indiferencia con el que vienen las señoras a la panadería, como el que espera su turno. No debió salirme bien, porque el doctor Strauss miró sonriendo a Sally, que no hizo lo mismo. Me dijo que había leído mis informes de progresos. Él piensa que los ha leído todos pero yo sólo le enseño algunos. Por ejemplo éste no se lo voy a enseñar, claro. Dice que estoy obsesionado con la idea de ser listo. Me preguntó qué era para mí ser listo. Yo le contesté que si lo supiera ya sería listo, que eso me lo tenía que responder él. Entonces escribió algo con su pluma, mientras sonreía. Después me dijo también que no entendía ese término que utilizo a veces en los informes, eso de que ellos puedan usarme a mí. Yo le dije que esa era mi meta: sentirme usado por alguien más listo que yo y demostrar que sirvo para algo. A veces yo también pensaba en ese término con Sally, pero con ella me gustaría ser usado de otra manera.
Le dije al doctor Strauss que yo tenía las mismas necesidades que cualquier persona. Entonces Sally me miró sorprendida tras sus lentes y yo le devolví su mirada desnuda, casi con desprecio. Me sentí liberado de su indiferencia y ahora era yo el que podía jugar con ventaja, aunque yo no quería ser indiferente, y menos para Sally, la triste.

Mientras pensaba en esto, el doctor Strauss me preguntaba por tonterías: por el deporte que practicaba (que es ninguno y yo le dije baloncesto), por mi sueño más repetido (que es que se me caen los dientes de delante y yo le dije que no lo recordaba),...
De pronto me enseñó un papel y me dijo que dibujara algo. Yo le pedí un lapicero. Entonces, orgulloso de haberme llevado a esa reflexión tan absurda por otra parte que me estaba poniendo ya muy nervioso, y sonriendo, claro, me preguntó: “muy bien, Charlie. Dime, ¿te gustaría ser usado como un lapicero para dibujar, o como un papel en blanco para ser dibujado?...”. Joder, yo pensaba que estas cosas pasaban sólo en las películas.
Le contesté, después de respirar despacio, que yo quería ser usado como Charlie Gordon, como persona, y no como lápiz o papel. Me mordí la lengua para no acabar la frase con un contundente gilipollas. Me levanté y le dije al doctor que me sentía mal y que volvería otro día a jugar a los barcos con él.

Y a Sally... bueno. A Sally le dije, de espaldas junto a la puerta de salida de aquél salón de juegos de mesa: “si sigues tan triste, nadie podrá usarte”.





Canción: Sally (Richard Cocciante)

INFORME DE PROGRESOS, 06




Ayer en la consulta del doctor Strauss estuve muy mal. Creo que ellos ya no podrán usarme a mí después de eso. No sé por qué me enfadé tanto.
Se lo he contado a Billie, que ha venido como de costumbre a la panadería a la hora de mi desayuno. Según Billie, le hablé así porque estoy empezando a ser listo. Yo sé que Billie miente a veces, pero me quiere y me hace sonreír. Quizá es el único que me usa. Me preguntó Billie si el doctor habló de mi madre. Yo le dije que no, porque sabe que yo no quiero hablar de ella. Mi madre me quiere y no tengo nada que decir. Además, ella tiene mucho trabajo y yo he salido adelante, más o menos, con lo difícil que es eso para un hombre como yo. Billie insiste en que el trabajo del señor Donner no deja de ser una limosna, una subida de azúcar en su sangre.”Algún día te darás cuenta de que el viejo es más hipócrita que la señora Malory, que al fin y al cabo está enamorada, aunque sea de la mediocridad”. Mi madre no se parece en nada a la señora Malory, creo yo. Le conté a Billie que mi madre tuvo tres hijos. Yo fui el último y, además, el único que vive. Los dos primeros los sembró nada más nacer o morir a la vida, mejor dicho. No les puso nombre. Los dejó allí como esperando que brotara algo... y nací yo. Aunque ahora ya no nos vemos yo sé que mi madre me quiere. Tengo mucho trabajo en la panadería y con las clases de miss Kinnian me queda poco tiempo. Si pudiera verla le diría que estoy haciendo progresos aunque, después de lo de ayer, el doctor Strauss no creo que quiera verme más. Bueno, a lo mejor piensa que tiene que trabajar más conmigo para hacerme listo.
Ha llegado el señor Donner y Billie ni siquiera le ha saludado, pero se ha puesto a hablar de su madre para que el señor Donner se ponga nervioso y se meta en la trastienda.

Dice Billie que su madre fue una fulana que cada noche, al acabar su jornada, quemaba sus bragas en el fuego para no dejar huellas de sus víctimas, cadáveres de amor que ardían junto a la leña con la que preparaba la cena. Dice que se gastó una fortuna en ropa interior y que su corazón tenía la indecencia de una sábana tendida al sol y aireada por el viento. Ya ni recordaba las veces que había pasado el mar por su vagina. Fue tan buena, dice, que acabó ahogada en alcohol. No sé si todo esto es cierto o me lo ha contado Billie para deshacerse del señor Donner, que escuchaba detrás del mostrador y que al final se ha metido en la trastienda refunfuñando no sé qué cosas de Billie. Bueno, sí sé, pero no quiero escribir eso porque Billie no es así como dice el señor Donner.
Billie salió de la panadería orgulloso de su victoria un día más. Yo pensé en mi madre.
A veces creo que mi madre también acabó ahogada en alcohol, porque fue buena.

Ahora, la distancia entre los dos me permite reinventarla o recordar aquello que quiero, sólo aquello que quiero, de ella. Pensar que a la vuelta de mis clases en el colegio Bikman veré de nuevo aquellas notas que me dejaba sobre la mesa de la cocina, junto a la cena tapada para que no se enfríe. Siempre escribía lo mismo: “tu madre te quiere y Dios también”, dentro de un corazón dibujado tan rápido que los extremos se quedaban separados y a mí me parecían dos signos de interrogación opuestos donde yo siempre leía: ¿Tu madre te quiere y Dios también?





Canción: Qué lejos (Pancho Céspedes)

INFORME DE PROGRESOS, 07




Esta tarde, en la clase de miss Kinnian ha ocurrido algo extraño. Yo escribía las oraciones que miss Kinnian ponía en la pizarra: “La abeja no ha sido. El coche ha entrado en el garaje. La luna se ha escondido. Llueve todo el día sobre”. En ese momento miss Kinnian ha tirado la tiza con rabia al suelo y se ha puesto a llorar. Ha salido de la clase y no ha vuelto. El director Bikman nos ha dicho más tarde que podíamos irnos a casa. Entonces, cuando estaba llegando a la panadería, he visto al señor Donner hablando con miss Kinnian, que estaba como loca. Nunca había visto así a miss Kinnian. El señor Donner, después de una pausa mirando al suelo, la ha cogido del hombro con delicadeza y ha entrado con ella en casa. Yo he preferido dar un paseo por la ciudad.
Mientras caminaba he estado pensando en los dos. Quizás sean pareja y él le ha roto el corazón o quizás ella no quiere enamorarse y él la consuela diciendo que eso tiene que ocurrir aunque uno no quiera o quizás él le ha sido infiel y ella está enfadada porque creía que era el hombre de su vida. Pobre miss Kinnian. Ahora la veo diferente. Creo que una persona llorando no puede enseñarme a ser listo.
He llegado a Weill – Park casi sin darme cuenta, guiado por mis pies y por la historia de amor de miss Kinnian y el señor Donner. Bueno, eso es lo que yo imagino. Quizás está llorando sólo porque le duele la cabeza, aunque ese no es un buen motivo para salir disparada de clase en busca del señor Donner, que no es médico...
Me he sentado en un banco junto al estanque. En la otra orilla he visto a una pareja joven, bueno, de mi edad. Estaban besándose. ¡Vaya!. Ella mantenía su mano derecha en el aire, como intentando volar. Luego, con la misma mano ha acariciado el rostro de él, que con los ojos cerrados movía la cara de un lado a otro, como queriendo entrar en su boca. La mano de ella ha intentado separar la cara de él, más que nada para poder respirar supongo, pero él ha seguido un cursillo de dos segundos de espeleología y se ha adentrado definitivamente en la boca de ella, no sin antes sujetarse en uno de sus pechos para no caer, o para tomar impulso y entrar de una vez por la boca de ella... ha sido asqueroso.
Mis besos eran de otra forma. Cuando besé a Daisy, en primaria, recuerdo que le pedí que no abriera la boca. Fue un beso tan inocente que los compañeros de clase creían que estábamos peleando. Desde entonces he besado con prismáticos. Me gustaría saltarme el protocolo y despertar sobre el vientre plano de Sally, la enfermera del doctor Strauss. Por cierto, todavía no me ha llamado después de la que armé en su consulta. Quizás se haya dado cuenta de que no puede usarme para hacerme listo.
Bueno, esperaré un rato más en el parque pero sin mirar a esa pareja que sigue besándose. O ella se ahoga o es un camaleón porque ha cambiado tres veces de color. No quiero volver a la panadería y encontrar al señor Donner besando a miss Kinnian.
En el fondo estoy celoso. Llego a entender eso, porque desde Daisy, los besos son de compasión. Quizás aquél también lo fuera. Desprecio los besos por mi mala experiencia. Por eso a veces no sé por qué pienso tanto en Sally, si mi experiencia con ella ha sido... ninguna.

Tengo que poner en orden los besos que daré a Sally, con la boca abierta. Numerarlos y clasificarlos. Si no lo hago, creo que su lengua me provocaría vómitos... de placer.




Canción: Hacia dónde (Marta Valdés)

INFORME DE PROGRESOS, 08




Cuando llegué a casa, bueno a la casa del señor Donner, miss Kinnian ya no estaba allí. El señor Donner me recibió con gritos y preguntas. Dónde había estado, qué horas de llegar eran esas,... lo normal. Estaba más enfadado, después me di cuenta, que de costumbre. Salió a las once de la noche y no volvió. Esta mañana le he visto frente al horno de leña preparando pan con forma de puño. Sus ojos tenían más sangre que todo su cuerpo junto y su aliento apestaba a alcohol. Incluso la señora Malory ha preguntado si el pan de hoy tenía anís como las pastas de té. No sé lo que ocurrió ayer entre miss Kinnian y el señor Donner pero seguro que es algo serio. Nunca lo vi beber. Billie ha venido a la hora de mi desayuno y no le ha dicho nada. Le gusta ponerle de mal humor, pero como hoy ya lo tenía, debe haber pensado Billie que no merecía la pena ni la alegría enfurecer a una persona que parecía recién ingresada en la cárcel.
Después de mi desayuno le he dicho al señor Donner que por hoy podía seguir yo solo en la panadería. Me ha dado las gracias con un quejido y ha subido a dormir su muerte de ayer. Pobre hombre. Si fuera mi padre le habría dado un abrazo y un revólver, como dice Billie. “Me recuerda a un tipo que conocí hace años. Dejó embarazada a una fulana que amaba los martes y los viernes”. Entonces pensé que el señor Donner podía esperar un hijo de miss Kinnian. Me pareció mal, porque miss Kinnian no era una fulana ni el señor Donner un hombre que amara, aunque fuera sólo dos veces por semana.
La verdad es que Billie me ha recordado a mi padre cuando me ha contado esa historia. No sé por qué. Yo no conocí a mi padre. Mi madre no habló de él hasta que cumplí nueve años. Mientras me preparaba la tarta llamaron a la puerta. Era un señor con traje de vendedor a domicilio. Creo que era rubio y llevaba un reloj caro. Mi madre le invitó a sentarse con una tranquilidad cotidiana. Estuvo una hora allí, sin hablar, a mi lado, probando la cena como en un restaurante familiar. Cuando se levantó para marcharse mi madre me dijo: “Charlie, este es tu padre. Míralo bien. Tiene tanto trabajo que sólo podrá verte una vez en tu vida”. Sacó cinco dólares de su bolsillo y me los dio, con una leve mueca en su rostro que no acertaría a decir si fue una sonrisa. Nunca escuché su voz y, sin embargo, parece que algunas noches lo oigo desde mi cama discutiendo con mi madre sobre si debo o no ir a un colegio especial. Otras veces, el señor Donner habla como si fuera mi padre, pero sé que no lo es. Billie dice que esa experiencia es tan dura que uno debe reírse de ella. Yo no me río pero tampoco me preocupa. Es la mejor manera de recordar a alguien tan importante como a un padre: no haberlo tenido, tener la oportunidad de inventarlo, inventar la manera de tenerlo.






Canción: Father & Son (Cat Stevens)

INFORME DE PROGRESOS, 09




Esta mañana, a la hora de mi desayuno, mientras me comía mi bollo de crema, he recibido una llamada. Era Sally, la enfermera del doctor Strauss. Hacía más de una semana que no escuchaba su voz, desde aquél día que me enfadé en la consulta.

- ¿Charlie Gordon?
- Sí, soy yo
- Charlie, soy la enfermera del doctor Strauss. Me ha pedido que te llame.
¿Puedes venir en diez minutos a la consulta, por favor?
- Voy

De camino pensaba en las palabras de Sally. “Me ha pedido que te llame”, ni siquiera había salido de ella. Qué cruel.
Cuando llegué no vi a Sally. El doctor Strauss estaba en la puerta esperándome. Me hizo pasar a su despacho con un movimiento leve de sus cejas. Nos sentamos uno frente al otro.

- Charlie, ¿por qué no me has llamado? Hace más de una semana que no sé nada de ti
- Yo tampoco sé nada de usted –le dije con indiferencia.

Por primera vez vi al doctor Strauss como persona, no como doctor. Me di cuenta de que era el apellido de Sally. Cuando pensaba en ella lo hacía siempre como Sally, seguido de la enfermera del doctor Strauss.

"Charlie, me ha llamado el señor Donner. No le hablas desde hace días. ¿Por qué?"

Yo sabía por qué, pero le dije que no me pasaba nada. Hace unos días llegó Billie a la panadería y me contó que había visto al señor Donner y a miss Kinnian juntos, en un café, hablando y riendo edulcoradamente. Entonces entendí la actitud de miss Kinnian en clase. Me dejaba en ridículo delante de los demás, con preguntas como ¿no sabes quién era Kafka?, cuando yo sé que nadie de los que están en clase lo sabe. Miss Kinnian ya no quería hacerme listo y yo no hablaba con el señor Donner, quizás por venganza.
El doctor Strauss seguía preguntándome por los motivos de mi conducta y yo seguía diciendo que no me pasaba nada, simplemente no quería hablar. Entonces entró Sally con un papel y se lo dio al doctor Strauss diciéndole al oído:

“El teléfono del restaurante”.

Los dos se miraron de una forma cómplice. Me sentí traicionado. No podía creer lo que me temía. No quería creer que Sally y el doctor...
Bueno. Al fin y al cabo ella sonreía y yo quería ser listo, ahora más que nunca, así que le dije al doctor Strauss que hablaría con el señor Donner. Él sonrió satisfecho y me dio hora para continuar con nuestro trabajo común, como le gusta llamar a nuestras citas médicas.

Cuando salí del despacho vi a Sally junto a la puerta. Me dirigí hacia ella con dos posibilidades: cruzar la puerta sin más o besar a Sally y luego cruzar la puerta. Finalmente opté por la primera pero, antes de salir, ella cogió mi mano temblorosa y me dijo, también al oído como lo había hecho con el doctor Strauss:

“Gracias, Charlie”, sonriendo como nunca había visto sonreír a una diosa.





Canción: Todo o sentimento(Chico Buarque)
piano y voz en directo: Vicente Llorente

INFORME DE PROGRESOS, 10



Esta mañana, en la panadería, he hablado por fin con el señor Donner. Me ha dicho buenos días y yo le he preguntado dónde estaba el chocolate para preparar los bollos. Ya sé dónde está el chocolate pero lo he preguntado para que sepa que quiero hablar con él otra vez: “estos días he estado mal pero no me pasa nada con usted, espero que lo entienda”. Ha sonreído y me ha pedido que abriera el horno. El pan estaba dorado en su punto, como el dedo índice de Billie, quemado por la nicotina. Por cierto, hoy no ha venido Billie. El señor Donner lo ha agradecido, porque le espanta la clientela. La señora Malory no paraba de silbar, feliz de que Billie no estuviera. Incluso me ha hablado de su nieto, que tiene plaza en Oxford y de su padre, es decir su hijo, que estudió música en Julliard. Dice que se presentaba a todos los concursos, no para que le dijeran que era el mejor, eso no le importaba, si no para ganar dinero con el que seguir estudiando. Deambuló por escuelas y conservatorios conservadores buscando un profesor que le ayudara a resolver los problemas que se le iban presentando, pero muchos daban clases porque también necesitaban dinero. No tenían la menor vocación pedagógica. En su desesperación, dejó los estudios para dedicarse de lleno a la música. ¡Qué contradicción!. Su clarinete sonaba en cualquier club de jazz o en el estanque de Weill – Park. Ahora recuerdo haber visto allí a un hombre tocando. Me gusta ver a los músicos por las calles, en las esquinas, poniendo su particular banda sonora a la ciudad.
Billie me ha dicho muchas veces que los músicos y las prostitutas son de una misma familia, una raza de supervivientes que hacen la calle y muestran sus encantos. Un músico sobre un escenario es como una puta en palacio. Eso al menos piensa Billie, que compara las dos profesiones con la de medicina o recogida de basura, al servicio de los demás.
Desde que la señora Malory me contó que tiene un hijo en los prostíbulos del arte, me cae mejor. Hoy le he llevado las bolsas de la compra hasta su casa. Allí estaba su hijo sentado junto al clarinete. A su lado había un hombre con un violín en su regazo. Los dos hablaban y reían entusiasmados. La señora Malory me dio un dólar de propina. Yo no lo cogí.

-¿Qué hacen?
-¡Chiiist!..., están estudiando.





Canción: Bendita música (Serrat)

INFORME DE PROGRESOS, 11



Esta mañana ha venido Billie a la panadería, a la hora de mi desayuno. Le he preguntado si estaba bien, le he visto mala cara, además ayer no vino como de costumbre a hacerme compañía. Me ha dicho que ayer sufrió una recaída. Su colon se estrangula de vez en cuando y los dolores son muy fuertes. Dice que le pasa desde que tenía veinticinco años. Le dijo el doctor que eso son los nervios, que no debe preocuparse tanto por los problemas del mundo.

-Así mismo me lo dijo, como si fuera tan fácil. ¿Sabes, Charlie? No puedo quejarme. Mientras me retuerzo por mi dolor pienso que en ese momento están muriendo miles de personas en todo el mundo. No hace falta ir muy lejos para ver la muerte. Aquí mismo, en la tienda de Corso, vi morir a un hombre mientras yo me dirigía a la calle Lory. Yo iba en busca de una mujer y él tenía cita con la muerte, la más siniestra. Creo que le habían dado un navajazo en el estómago. Cuando llegó la ambulancia, él apenas pudo decir: “un whisky, por favor” y murió. Después de una hora de aquello, yo estaba en la cama de un sucio motel con la fulana más viciosa de la ciudad. ¡Me costaba tanto ver sus pechos y no la cara de aquel infeliz!. Es injusto, Charlie, llegar a casa y comer algo liviano mientras ves imágenes por televisión de trozos de personas, de tartamudos físicos. Yo como tarta y ellos están mudos, en eso pienso al verlos así. ¡Joder, hay que tener una dosis de crueldad para sobrevivir, no seamos hipócritas!. En el fondo, la ayuda humanitaria para después de una guerra no llega a pagar las botas de los soldados que se encargan de provocarla. La ayuda de asociaciones siempre es necesaria, pero las personas que colaboran con estos misioneros más importantes que el mismísimo Jesucristo lo hacen con dinero, para sentirse mejor con ellos mismos. Yo me incluyo, Charlie. Pocos ejemplos dignos hacen creer en el ser humano como el de Vicente Ferrer. Un hombre, Charlie, que fue anarquista antes que fraile. Hay países diezmados por las colonias europeas y recompuestos con fronteras que no existían, uniendo dentro del mismo territorio a varias tribus diferentes para que se maten y limpien ellos mismos su propia mierda. Así somos, Charlie. La extinción de la especie humana es algo que hemos ganado por derecho, por pasividad, por incompetencia, por soberbia. No podemos esperar que todos los Vicente Ferrer que vengan arreglen esto. Vemos pasar la muerte y sólo imploramos arrodillados que no nos toque a nosotros, tan necios. Deseo sinceramente que lo único que me quede de tanto dolor humano sea este bocado de vez en cuando en mi colon.

Billie hablaba de estas cosas mientras sus manos apretaban el aire. Nunca le había visto tan indignado. Yo no había pensado en esto, es cierto. Me preocupaba por la relación entre el doctor Strauss y Sally, su enfermera. O por el señor Donner y miss Kinnian con su amor bajo llave. O por ser listo...

Estuvimos un buen rato en silencio. Billie se dirigió mecánicamente hacia la puerta.

-Aquel hombre murió cerca de aquí, Charlie. En la tienda de Corso. Una hora después, en la cama del motel, la fulana gritaba sobre mí: “sigue así, cariño. Me muero, me muero”.




Canción: Derecho humano (Silvio Rodriguez)

INFORME DE PROGRESOS, 12




-¡Rápido, Charlie!. Ponte el bañador y ven conmigo.

Le dejé una nota al señor Donner porque era muy temprano y había salido a comprar el periódico, como todos los domingos. De camino, en el coche de Billie, le pregunté qué íbamos a hacer.

-Vamos a una fiesta, Charlie
-¿En bañador?

Se rió y dijo que la fiesta era en la playa. Me pareció muy extraño. Al llegar allí vimos a varios jóvenes que dormían sobre la arena, vestidos y con una nevera abierta y latas de cerveza vacías por todas partes. Billie subió el volumen de la radio. Sonaba en ese momento el Nessun dorma de Puccini, en la voz de Pavarotti. Eso al menos me dijo Billie.

-Míralos, Charlie. Ayer se durmieron con la resaca de una canción de discoteca. Ahora yo les despierto con Turandot.

Uno de ellos gritó algo y metió la cabeza entre sus piernas, pero el sol estaba ya muy arriba. Dejamos el coche y nos acercamos a la playa, pero sin tocar la arena.

-Observa, Charlie. Aquí hay suficiente material para hacer cien documentales sobre la especie humana. Esta es la fiesta.

Billie hacía de comentarista mientras la gente buscaba un hueco donde poner la toalla. Una joven con un tanga que parecía hecho con la cinta con la que se inauguran los teatros, revolvía su pelo de un lado a otro mientras se ponía protección solar.

-Mírala, Charlie. Esa mujer ha concentrado su belleza en el culo. Lo ha trabajado. Lo ha hecho firme. Todo esfuerzo es poco para poder enseñarlo aquí.

Me pareció una observación machista, pero Billie lo decía de un modo tan natural que más bien parecía simple información de lo que ocurría realmente.

-¡Mírala, Charlie!. El sol le está proponiendo un baño. El sol seductor conseguirá que esa joven se meta en el agua y luego le hará el amor entre empujones de olas aliadas a una misma causa. Ella saldrá del mar ruborizada, penetrada por los rayos de ese indecente provocador.

Los ojos de Billie sonreían. Entonces llegó a la confidencia.

-Hace mucho tiempo conocí a una mujer que entendía a los hombres. Me hablaba de cómo ellas juegan con nosotros. De cómo los hombres se enamoran de unos tirantes, aunque sean las asas de una bolsa de plástico. De cómo ellas seducen por naturaleza y nosotros sufrimos las consecuencias estivales de estar rodeados de poca ropa. Entendía tanto a los hombres, Charlie, que nunca perdió su bikini en la playa. Sin embargo, un día fue a comprar con los pechos al aire, en un acto de rebeldía hacia las mujeres que acotaban su libertad a un reducto de arena. Fueron esas mujeres precisamente las que llamaron a la policía.

Billie encendió un cigarrillo.

-Aquí está la fiesta, Charlie. La contradicción del ser humano. La angustia de ser un hombre devorado por el deseo y al mismo tiempo por no sucumbir a él.

Los ojos de Billie estaban llamando al mar y algunas gotas asomaron.

-Charlie, míralas y míranos. No caigas en la tentación mas líbrate de despreciarlas. Son hermosas porque tú las ves hermosas...

Billie y yo nos dimos un baño junto a esas olas que tocan tierra como indecisas, que vuelven al mar calmadas, seguras de su conquista. Después nos metimos en el coche, con las ventanillas bajadas, y pusimos rumbo a casa cantando el Nessun dorma.





Canción: Nessun dorma (canta Pavarotti)

INFORME DE PROGRESOS, 13




Ayer volví a la consulta del doctor Strauss para seguir con nuestro trabajo en común, como dice él. Sally me abrió la puerta con una sonrisa clara tras sus gafas. Su actitud positiva me pilló desprevenido y no acerté a saludarla, titubeando mientras miraba sus ojos como lámparas de aceite centelleando y quemando todo a su alrededor. Me cogió amablemente del brazo y me llevó al despacho del doctor Strauss como si fuese la primera vez que estaba allí.

-¡Gregory, ahí va Charlie! –Dijo en voz alta mientras abría la puerta. La vi dirigirse a su mesa apartando el aire que molestaba a sus caderas. Su cuerpo enhiesto había vibrado esa noche en la cama del doctor Strauss, estoy seguro. Bueno, en la cama de Gregory, como ella le llama. ¡Qué confianzas!. Después de una conversación en horizontal, cuerpo a cuerpo, todo el mundo cree que conoce a la otra persona como si fuera ella misma. Pensé para mí: “Sally, no todo es sexo. Sobre todo, no todo es Gregory, también puede ser Charlie...”, pero me sonó tan arrogante que lo borré. Entonces escuché al doctor Strauss gritando que pasara de una vez.

Tenía un aspecto juvenil pese a su cara arrugada. Eran sus ojos de carnero los que le rejuvenecían. Pobre doctor. Pobre Sally. Pobre de mí, sin Sally ni ojos de carnero. El doctor Strauss me dijo que fuera a la consulta del profesor Neimur. Me lo podía haber dicho por teléfono y me habría ahorrado tiempo y ojos de carnero.

Hacía tanto que el profesor Neimur no me veía que, al entrar, preguntó quién era yo. Luego fingió que había sido una broma y que me había reconocido enseguida, el embustero. Él seguía como siempre con sus dibujos, sus esquemas de percepción y sus cartas manchadas de tinta negra. Yo pensaba: “¿no se aburre?...”. Parecía que no.
Entonces me sorprendió ver al profesor cómo cerraba los libros que tenía sobre la mesa y me contaba sus historias sin importancia, como cuando hablas con un amigo que no ves desde hace tiempo y tienes tanto que contarle que empiezas diciendo que este fin de semana pasado ha hecho mucho calor. Pero el profesor no era mi amigo. Ni siquiera se acordaba de mí, el embustero.

La conversación me daba sueño, esa es la verdad. Empezó a hablar de sus autores favoritos: Homero, Epicuro (que yo asocié a una enfermedad de la piel, no sé por qué), Apuleyo, Bertrand Russell, Nietzsche, Kafka (me sonaba el nombre),...
Era una confidencia gratuita a cambio de la mía, pero yo seguía escuchando entre bostezos sin decir nada. Después de unos minutos intentando aguantar un nombre tras otro, conseguí salir mentalmente de aquella conversación. Todo se hizo silencio con aquel rostro de fondo y me vino el Nessun dorma como si lo estuviera cantando a mi lado el mismísimo Pavarotti. Después de al alba vincerò yo asentía como interesado por la conversación y pensando al mismo tiempo: “¿sí?... joder, este hombre está loco. ¿Sí?... no se va a callar nunca. ¿Sí?... estúpido. ¿Sí?...”. Seguí con esa actitud largo tiempo, hasta que la situación me provocó risa y exploté en una carcajada ante el profesor Neimur. Debió coincidir con alguna broma patética de él, porque se rió conmigo, lo que me provocó más risa aún. Acabamos los dos casi por los suelos, riendo.

-¡Charlie, estás muy bien! ¡Creo que pronto acabaremos nuestras sesiones!

Me fui pensando que si ahora que me reía del profesor Neimur estaba bien, entonces ¿para qué iba a clases?, ¿para qué iba a la consulta?. Si el secreto para ser listo es reírse de todo y de uno mismo, ¡eso ya lo sabía hacer yo desde el principio!. Bueno, desde que conocí a Billie. Me hubiera ahorrado cartas de tinta negra y esquemas de percepción si me hubiera reído el primer día.

Y es que, a veces es todo tan sencillo que parece complicado.





Canción: De cabeza (Daniel Viglietti)

INFORME DE PROGRESOS, 14




Esta mañana en la panadería, mientras atendía a la señora Malory, ha entrado Billie y -¡qué raro!-ella ha seguido hablándome como si nada de su hijo el clarinetista. Ahora toca en un club de jazz y ha dejado temporalmente Weill – Park los domingos. Se ha marchado con una sonrisa tan amplia y sincera que Billie no ha hecho ningún comentario sobre su hipocresía. Sólo dijo que yo la había cambiado. Entonces le hablé del clarinetista. Él le conocía, pero no sabía que era su hijo. Le ha caído bien la señora Malory. “Ves, Billie. No todo es como parece”, le he dicho después de contarle lo que me pasó ayer en la consulta del profesor Neimur. Se ha quedado sorprendido.

-Charlie, hoy me has dado una lección. Creo que te debo otra–Y mirando al señor Donner -¿puede venir Charlie conmigo?, será un momento –sorprendido porque Billie nunca le pide permiso para nada, ha hecho un gesto de afirmación con la boca abierta.

Yo como siempre no tenía ni idea de a dónde me llevaría Billie. En la calle los coches estaban parados por un atasco, pero esa no era la sorpresa. He entrado con Billie a la tienda de Corso, que está en la misma calle que la panadería. Allí es donde Billie vio a aquel hombre muerto. Quizás por estar tan cerca yo no había entrado nunca. Conocía al dueño, Jack Corso, un señor entre joven y viejo que yo saludaba a mediodía, cuando coincidíamos en la acera cerrando nuestros respectivos establecimientos. Su tienda tenía de todo y por la noche tardaba mucho en cerrar. A la entrada había un gran cartel con las ofertas de la semana. Yo comía productos de su tienda porque el señor Donner compra allí. Lo que no vendemos nosotros lo vende Corso. Somos la pareja perfecta, sector servicios hablando, claro. En el mostrador había una caja registradora y unos estantes con dulces. Al fondo, el tabaco. En el pasillo, junto a las verduras y la fruta, una cámara frigorífica.

-Atento, Charlie. Mira a la señora que va a pagar. Saca su dinero y Corso le da el cambio. ¿Lo ves?
-Sí, Billie. Lo veo. ¿Qué pasa?
-¡Shh, tranquilo!. Ahora Corso envuelve la compra con papel de arroz y la señora se marcha tan tranquila. ¿Lo ves? –Yo no entendía nada. Mientras me contaba esto alargó la mano sin mirar y cogió una botella de vino, la primera que había a su lado.-Vamos, Charlie. Es tu turno –Me dijo mientras me empujaba con la botella y el dinero que sacó de su bolsillo.

Corso me devolvió un dólar que me guardé ante la mirada de asombro de Billie por mi descaro. Salimos con la botella de vino envuelta en ese papel marrón fino. Yo estaba impaciente por saber qué demonios estaba pasando. Billie me dijo que Corso fue en su juventud uno de los mejores poetas de América. Se fue a Europa a pasar hambre. A la vuelta montó la tienda porque necesitaba ver comida y así, entre vino y bandejas de bacon, Corso sigue escribiendo poemas que copia en el papel con el que envuelve los alimentos, como dicen que hacía Bach con sus partituras en la tienda familiar donde trabajaba. Ahora sus poemas son leídos por los clientes o por los perros del basurero. Le quité el papel a la botella de vino con cuidado y curiosidad. Leí el poema en voz alta entre los pitidos de los coches atascados.

“Soy el último gángster, al fin seguro. Tengo un revólver que huele a gasolina y sangre, oxidándose entre mis manos artríticas”





Canción: Kentucky Avenue (Tom Waits)

INFORME DE PROGRESOS, 15




Esta tarde ha habido una fiesta en el colegio Bikman. Dice miss Kinnian que esta fiesta servirá como acto de graduación para los alumnos, pero en este colegio no te puedes graduar de nada. Simplemente te pueden hacer listo, aunque yo tengo mis dudas. Miss Kinnian sigue siendo dura conmigo desde que el señor Donner y ella están juntos. Siento que soy un estorbo. Además, ellos han intentado ocultar su historia de amor, o desamor, no sé. Yo nunca los he visto en casa. Esperan a que vaya a la consulta del doctor Strauss o a pasear con Billie para quedarse solos, supongo que en la cama. Se comportan como dos niños que juegan a esconderse de los demás, como si su amor, o desamor, fuera fruto de pecado. El caso es que me estoy empezando a hartar de todo esto. Hoy, en la fiesta, he sido yo el que buscaba un lugar para ocultarme. Y es que es patético ver a los compañeros, que son de mi edad más o menos, jugando a adivinar películas de Walt Disney. Lo peor de todo es comprobar que les gusta seguir el juego de miss Kinnian, que sonríe como si viera jugar a sus hijos. Por cierto, creo que espera un hijo del señor Donner. Su mal humor, su forma cruel de apartarme de la casa y de las clases con sus comentarios me hacen pensar eso. Además, el señor Donner sigue bebiendo desde aquella noche fatal en la que acabó consolando a miss Kinnian. Están perdidos y yo no quiero ser el próximo cadáver de su amor, o desamor, no sé.

Miss Kinnian preguntó esta tarde en clase si nos había gustado el curso. Yo no respondí nada. Estoy esperando el momento para largarme de aquí. Me gusta la panadería. La señora Malory es un descubrimiento. Ha dejado de hablar de los famosos que salen en televisión para contarme las aventuras de su hijo John, el clarinetista. Billie habla con ella por fin, ¡quién lo hubiera dicho!. La calle donde está la panadería es mi calle, con la tienda de Corso y aquel muerto en su puerta, con los clientes conversando en la acera antes de entrar a comprar el pan. No sé, estoy esperando el momento para largarme de aquí, pero es difícil. Le he tomado cariño al señor Donner. Después de todo, gracias a él conocí a Billie. Lástima que el señor Donner no sea ni la sombra de lo que fue. ¿Eso es lo que provoca el amor, o el desamor?... no sé.

Al final de la fiesta en el colegio ha venido el director Bikman a saludarnos. Es de esos hombres que no se ríen nunca porque creen que la risa es sinónimo de debilidad. Ni siquiera hoy, día de fiesta para anormales. Estoy verdaderamente cansado de todo esto. Ya no sé si quiero ser listo. He intentado volver a la consulta del doctor Strauss pero Sally sigue tan radiante que he perdido el interés por verla. Me gustaba más cuando sus ojos miraban tímidos y asombrados. Ahora parece que está de vuelta de todo. Con el profesor Neimur es más fácil, porque ahora que me da por reír en su consulta, él cree que estoy casi curado y pronto le dirá al doctor Strauss que me dé el alta como retrasado recuperado.

Estoy esperando el momento para largarme de aquí. Yo también haré una fiesta, pero sin dibujitos pintados en la pizarra ni miss Kinnian, ni anormales que dicen ser como yo, ni anormales que dicen ser doctores y que quieren usarme y hacerme listo. Una fiesta sin invitación, ¡que venga quien quiera!. Una fiesta con Billie y Sally la triste. Una fiesta como la vida, aunque me da la impresión de que la gran fiesta de la vida ocurre siempre en otra parte. Iré a buscarla, sólo estoy esperando el momento para largarme de aquí... con Billie.




Canción: Soltar todo y largarse (Silvio Rodríguez)

INFORME DE PROGRESOS, 16




Ayer se me caía la panadería encima. Estoy harto de estar aquí. Ya no hablo con el señor Donner, otra vez estamos igual que antes. El doctor Strauss se va alejando de mí poco a poco como si fuera un mal sueño que tengo que superar. No le he llamado, y eso que el profesor Neimur le dijo que estoy mejorando. No quiero hablar con el doctor Strauss y menos quiero ver a Sally, que ahora está tan contenta.

Esta mañana la señora Malory me hablaba de John, su hijo, y yo no escuchaba. Luego ha entrado Billie y yo he salido a la puerta de la panadería a comerme mi bollo de crema. Billie y la señora Malory hablaban dentro, incluso se reían. ¡Es increíble!.
Los coches que pasaban eran como un desfile fúnebre tras el féretro. Corso estaba en la puerta de su tienda con un habano en la boca. Me ha saludado con sus dos manos mientras miraba a otro lado. Yo, impulsivamente, me he puesto a cantar no sé qué canción. Ha salido Billie con las bolsas de la señora Malory mientras ella insistía en que podía con la carga. Los vi alejarse como si fueran un matrimonio que discute.

Pasó un coche con un niño dentro. Este coche no iba en la comitiva fúnebre, porque el niño me miró con los ojos abiertos como una puerta de dos hojas o como un libro de mil hojas, qué sé yo. El niño, apenas un mocoso, me miraba mientras alguien le llamaba desde dentro para que no se asomara. Yo seguía cantando no sé qué canción. Sacó la cabeza por la ventanilla con sus ojos como faros deslumbrándome. Ya a punto de perderse por la avenida Huckson, el mocoso del coche me sonrió. Yo dejé de cantar. Me regaló su sonrisa de pantano al completo, de rocío en rama. Ese niño se propuso matarme de amor con su mirada limpia. Era blanca y matutina.

Corso, que había visto la magia de aquel encuentro fugaz, se puso a bailar en círculos.

- ¡La vida nunca puede ser corta! –Dijo con el habano a medias en la boca.
- Sí. En todo caso nos viene grande –Le contesté mientras me despedía de él moviendo las manos sin mirarle.

Me metí en la panadería. Desde entonces supe que aquella canción que yo cantaba se llamaría la canción del niño pájaro.





Canción: Marginal (Pablo Milanés)

INFORME DE PROGRESOS, 17




Esta mañana he salido con Billie. Destino desconocido. El señor Donner ha insistido en que me fuera a pasar unos días. Me dijo que necesitaba unas vacaciones. ¿Quién, él o yo?. De todas formas estoy harto de todo esto. Voy cantando tristemente la canción del niño pájaro mientras Billie conduce su coche, que tiene un motor tan pesimista que añade nuevos quejidos en cada curva. Billie, tomando aire, se ha apoyado en su respaldo como si un secante de tinta cubriera la firma de una sentencia de muerte.

-¡A la mierda con todo, Charlie!. ¿Sabes lo que me ha pedido el viejo? (ése es el señor Donner) Me ha dicho que te saque a pasear para convencerte de que debes independizarte. ¡Será cabrón!
-querrá que aprenda a valerme por mí mismo
-Y una mierda, Charlie. ¿Por qué crees que arregló lo de tu paga estatal?. Ha estado todos estos años cuidando de ti a cambio de dinero. Ahora la bruja seguirá manteniéndolo.
-Trabaja mucho y es lógico que se quede con mi paga

Realmente pienso como Billie, pero es tan duro que prefiero creer que el señor Donner lo hace con buena intención. Lo peor de todo es que con once dólares por semana no puedo ahorrar para marcharme. Billie no puede ocultarme nada, aunque sea desagradable.

Al atardecer hemos llegado a un pequeño hotel junto a la playa. Billie dice que esto es lo que necesito y que me ha traído para que descanse unos días, no porque se lo haya dicho el viejo. En la habitación del hotel había una chica desnudamente vestida. Le he dicho a Billie que la sacara de allí. Le ha pagado y ha salido sonriendo, guiada por los ojos de Billie. Después hemos hablado mucho.

-Ese viejo es un usurero
-Y yo un retrasado
-¡No me jodas, Charlie!
-Él paga mis vacaciones
-¡Ese dinero es tuyo, a ver si te enteras!

Billie ha salido enfadado del hotel. Por la ventana he visto cómo se sentaba en la arena. He bajado a comprar una botella de buen vino, de esos que tienen mala resaca, y he ido a la playa. Hoy no tomaré la medicación. Billie ha sentido mi presencia y se ha secado las lágrimas. Yo había hecho lo mismo arriba, en la habitación. Nos hemos bebido el vino pausadamente, mirando el camino de la luna sobre el mar. Quiero a Billie, pero si fuera mujer no querría dormir sobre su vientre plano. Lo quiero como..., como a Billie. Además, nadie podría dormir sobre su vientre, porque no es plano. Le he dicho a Billie que su vientre podría servir de almohada para John Merrick, el hombre elefante. Tenía una cabeza tan grande que si dormía acostado podía morir del peso. Con el vientre de Billie, el hombre elefante no podría nunca tumbarse por completo. Nos hemos reído a carcajadas, no de John, que al fin y al cabo me recuerda un poco a mí, sino de la situación y del buen vino de mala resaca. Hace tanto que leí esa historia, que ahora podía utilizarla como excusa para reír.

Billie duerme en la cama de al lado. Mi borrachera es tan fuerte que lo veo todo claro. Al fondo, el rumor de los coches en la autopista se confunde con el baile del mar que mece mis sueños. Veo a Sally, la triste. Sally: debiste quedarte en mi beso cuando crucé aquella puerta. Tu mano sobre mi hombro sonó a pésame.
Sally, la triste.
Sally, la...
Sally...
Sal…






Canción: Vete de mí (Bola de nieve)

INFORME DE PROGRESOS, 18




Hoy me he levantado de un salto para ir a la panadería y al ver mi bañador y mi resaca ante el espejo me he dado cuenta de que estaba en el hotel. Billie ya había salido.
Después de una ducha fría he bajado a desayunar, pero ya era la hora del almuerzo. Billie no estaba por allí, así que he comido solo. Después me he acercado a la playa. Allí he visto a un grupo de músicos, pero no estaban tocando. Dormían a la sombra del malecón abrazados a sus instrumentos. Un hombre mayor hacía guardia junto a ellos. Me dijo que esa noche tocarían por allí. Le pregunté en qué local.

-Por aquí –Me dijo moviendo sus manos como si quisiera volar.

Eché un vistazo a las chicas que hacían el amor con las olas y me fui a la ciudad. Una ciudad con mar tiene sus inconvenientes: la brisa lleva la sal a todos lados y el aire parece fuego mojado. Intentaré pensar en las ventajas: Este calor no viene del horno de la panadería, no está el señor Donner ni miss Kinnian, no está el doctor Strauss ni... ni el profesor Neimur. En fin, todo parece preparado para mí. Incluso he podido pasear solo.
Después de unas horas dando vueltas me detuve ante una tienda de animales. Las tortugas estaban como frente a un pelotón de fusilamiento. En la misma calle vi un letrero donde ponía un nombre extraño y, abajo, en letras grandes, JUEZ DE PAZ. Me pareció una contradicción, no sé por qué. Quizás porque imaginaba a un juez en medio de un campo de batalla, sorteando las bombas con su portafolios bajo el brazo y esa cara bajo unas gafas gruesas con expresión de que llega tarde a algún sitio. Después estuve repitiendo una y otra vez en voz baja la palabra PAZ. Al final, me sonaba a disparo.
Llegué reventado al hotel y vi a Billie tomando el sol en la playa, como un turista más. Me resultó tan extraño que no le dije nada. A lo lejos se escuchaba música. Me acerqué a la multitud. Tocaban flautas de madera y una especie de guitarra pequeña. Sonaba como una invocación. También cantaban. Era alegre, pero sus voces sonaban como quejándose, aunque de vez en cuando soltaban gritos y silbidos. Era como una tragicomedia griega de las que leíamos a escondidas en clase de miss Kinnian mientras ella creía que dibujábamos paisajes. Me puse a bailar sin saber bien por qué. En el fragor del baile no me había dado cuenta que a mi lado, tocando un gran tambor, estaba el hombre mayor que vi antes en la playa.

-¿En qué local bailas?
-Por aquí –Le dije, riendo y moviendo las manos como si quisiera volar.




Canción: Canción y Huayno (Mercedes Sosa)

INFORME DE PROGRESOS, 19




Estaba pensando en el doctor Strauss, cuando me dijo que escribiera todo lo que me pasa para poder estudiar mi caso y ver si ellos podían hacerme listo. Ahora escribo porque me apetece, no por prescripción médica. Luego le enseñaré lo que yo quiera que lea, si es que vuelvo alguna vez a su consulta. No sé ni siquiera si volveré a la panadería. De momento, estoy muy bien aquí, en la playa, con Billie. Él me conoce mejor que nadie. Sabe que necesito mi tiempo para estar solo. Él también lo necesita, claro, aunque cuando está mucho tiempo solo va en busca de compañía. Es así. Billie tiene suerte al fin y al cabo. De momento su colon parece que le ha dado una tregua después de aquel aviso. Además, ya no trabaja desde que dejó el barco hace aproximadamente un año. Dice que en alta mar se bebe mucho y su enfermedad no aguanta tanto alcohol. Ahora bebe, pero dice que en tierra firme sabe cuándo debe parar: si después de dos copas el suelo se mueve como cuando estaba en el barco, entonces es el momento de dejarlo.
No sé cómo fue a recalar en la panadería un viejo lobo de mar. No recuerdo si le conté al doctor Strauss que Billie fue pescador. Bueno, qué más da. Estos días en la playa son como unas vacaciones que no merezco. Billie no tuvo vacaciones durante veinte años, sólo cuando la flota hacía su paro biológico, pero incluso en ese tiempo aprovechaba para trabajar con las redes. Ahora echa una mano en la tienda de Corso y en la panadería. A veces va al mercado y ayuda a cargar cajas para ir tirando. No sé cuánto tiempo durará en tierra firme. Billie no me ha hablado mucho de su oficio, ahora que lo pienso, pero sé que le gustaba. Por lo menos, siente nostalgia frente al mar. Aquí, sentado en la orilla, le he visto intentando tocar el horizonte con su mano, como cuando un niño tapa el sol con un dedo y no entiende por qué no se queda todo a oscuras. Billie trata de ser un niño. Tiene su mirada esa desazón agridulce del que espera ser sorprendido por un faro, pero en tierra no hay quien nos salve del pedregal. Me gusta escribir aquí, con la arena cubriéndome los pies como si intentara calzarme la playa entera, ¡con mar y todo!...
Se ha mojado una hoja mientras escribo. Será la brisa. Ahora alzo la vista y veo a Billie anclado en la cornisa de espuma que devuelve el océano. Es inmenso. Me refiero a Billie, no al océano, que también lo es. Es grande Billie. Supongo que si me tuviera que inventar un padre sería como él. Descuidado con la nostalgia, se deja arrastrar por ella entre sonrisas y miradas vacías mientras me cuenta historias que le han robado algo de su interior. Allá dentro, más hondo que el fondo de este gris océano, Billie tiene guardada la llave de su vida. Nunca intentaré buscarla, porque no sé qué puede abrir esa llave. Prefiero esperar junto a él, como dos islas que aprenden a perder y a encontrar lo que esconde ese sol, que hoy sigue brillando debajo de nuestros dedos.



Canción: Ne me quitte pàs (Jacques Brel)

INFORME DE PROGRESOS, 20




Esta mañana, después del desayuno en el hotel, Billie ha llamado al señor Donner. Le ha dicho que estaremos algunos días más aquí. Él le ha contestado que no importa, que ya se las arreglará solo, que el mar es lo mejor para mí. Estará contento. Ahora no necesita esconderse con miss Kinnian para que yo no les vea. Harán eso que ellos llaman amor en el pasillo, en el baño, en las escaleras, junto al horno de leña de la panadería, sin esa angustia de ser sorprendidos como dos niños que descubren el juego de papás y mamás. Cuando era niño, creía que jugar a papás y mamás era discutir todo el tiempo, pero Daisy me explicó que también se discute en horizontal. Daisy, en primaria, era mi esposa. Yo inventaba la manera de tratarla, porque no había conocido a mi padre y no sabía cómo hacer que una esposa comprendiera que quería dormir sobre su vientre plano. Pocos progresos he hecho, porque sigo sin saber cómo hacerlo. Imagino a miss Kinnian embadurnada de nata montada, sobre el señor Donner. En fin, que disfruten.

Nosotros nos quedaremos unos días más, para perder el tiempo en vivir. Y es que anoche ocurrió un milagro apto para ociosos únicamente. Mientras cenaba con Billie en un pequeño restaurante con vistas a las estrellas, una guitarra se acercaba con su sueño acompasado. La guitarra venía con músico: era aquel hombre mayor que tocaba el tambor grande. Esta música era menos carnaval y más milonga, como él mismo nos contaba después. Pasó a nuestro lado saludándonos con un pasaje virtuoso y se perdió en dirección al malecón como el que baja el volumen de la radio y luego apaga el equipo.
Allí, en el malecón, nos vimos más tarde. Luis, que así se llamaba, se incorporó a nuestra ronda nocturna por la selva de arena que aquella noche escondía peligros: unos chicos se bebían la producción anual de whisky con el espejismo de creerse tan sectarios como para caminar sobre las aguas. Otros peligros más hermosos eran las parejas que acompañaban con sus caricias el ir y venir de las olas. Entre todos estos baches en la selva de arena, el más pronunciado fue el que vimos junto a la orilla: un chico acunaba un violín recién nacido que se dormía con una canción de luna. El joven parecía dispuesto a entrar en el vientre de espuma como el que quiere volver a la nada de donde vino. Luis, Billie y yo observamos la imagen. Era tan poética que a nadie se le ocurrió detenerlo. Cuando comenzaba su viaje por el camino empedrado de la luna sobre el mar, Luis arrancó unas notas de su guitarra casi sin darse cuenta, como una banda sonora. El joven se detuvo. Quedó inmóvil. Despertó a su violín, lo clavó en su clavícula y comenzó a sangrar melodías que al principio sonaban a la carta de despedida tantas veces repetida por un suicida, y después, ya en arena firme junto a la guitarra de Luis, se convirtieron en el canto feliz del gallo, con la luna despertando al sol, y el violín y el chico y Luis y Billie y las parejas y los sectarios y yo, sangrando de amor y música, comprendiendo al fin que el amanecer es un nacimiento: El dolor de la mar por otro día recién parido.




Canción: Descarga en Cuba, Casa Edilia, septiembre 1997

INFORME DE PROGRESOS, 21




El joven del violín es argentino, como Luis. Se llevan muy bien los dos. Bueno, Billie y yo también lo pasamos en grande con ellos, pero es lógico que lejos de su país, dos personas, dos músicos además, encuentren su patria en esta esquina del mundo, compartiendo las calles de Buenos Aires y sobre todo, el aroma que trae la nostalgia envuelta en recuerdos y una canción perdida que esta noche buscarán juntos. Buscaremos juntos.
No hemos hecho ningún comentario sobre el intento de ingresar en la nada por parte del violinista. Él sonríe como si nada hubiera pasado, y es que a veces la nada se muestra tan relajada, tan dormida, que uno puede caer en el sueño de no soñar jamás.
A veces, leo lo que escribo en mi diario (o en mis informes, como lo llama el doctor Strauss) y no me reconozco. Aquellas líneas casi ilegibles del inicio de mi terapia con manchas de tinta como las que me enseñaba el profesor Neimur, parecen escritas por otra persona. No construyo las frases como debería, ya lo sé. Parecen informes de progreso de un anormal. Claro, eso es lo que soy. A veces, lo olvido. Con Billie, Luis y el violinista, a uno le cuesta creer que sea anormal. Si esa palabra se utilizara para definir a la gente que está fuera de la norma, entonces sí, porque no creo que sea normal que una persona como yo coincida en el tiempo con tres personajes como ellos. Me siento afortunado por ser anormal, como algunos piensan. Algunos son el doctor Strauss, el señor Donner, miss Kinnian y... y quizás Sally. ¿Pensará Sally que soy anormal?... claro que sí. Entre polvo y polvo, el doctor Strauss (bueno, Gregory) le contará que soy incapaz de mantener una relación con una mujer porque así lo dicen mis informes de progreso y, sobre todo, porque sus estudios sobre mi conducta le han llevado a esa conclusión. A mí me da pena el doctor Strauss. Cuando estudian tanto se olvidan de que es imposible que todo el mundo quepa en casillas de comportamiento. El doctor Strauss diría que el joven del violín pasa por una mala experiencia que arrastra desde niño y por eso quiso suicidarse y ahora disfruta con nosotros por un acto reflejo de su angustia anterior que es incapaz de asimilar... ¡cuántas chorradas para no admitir que no tienen ni idea de cómo funciona el ser humano!. Luego, alguien ejemplar mata a cuatro personas y dicen que es increíble, con lo buen chico que era...
Billie me contaba hace un rato que tuvo un amigo ejemplar. Cuando estaba en el barco, su amigo era como un bálsamo. Coincidían en todo. Contrastaban experiencias. Entre sus miradas saltaban chispas. Después de veinte años de amistad radiante, su amigo le clavó un puñal mientras dormía. Billie se curó de la herida, pero nunca pudo curarse de la puñalada de tener un judas por amigo, de la desconfianza, de no saber qué puede llevar a una persona a hacer eso sin motivos. “Cuando no entiendo nada, Charlie, me río”. Billie es un hombre fuerte. Creía ver magia en la mirada de aquel monstruo, cuando realmente era él el que creaba y amaba sin ser correspondido. ¡Las veces que se sintió dichoso por haber conocido la amistad!.
Me dijo Billie que el hecho de quedarte en pañales ante la vida te coloca en tu sitio, que es dudar y amar entre brumas. Del amor a la indiferencia (nunca al odio) hay un paso. Eso es lo que más le jode a Billie.

No puedo dormir. No dejo de pensar en Sally. Si al menos ella me hubiera maltratado así, me hubiera vendido por treinta monedas pagadas por el doctor Strauss, yo tendría una historia que contar entre los dos, aunque fuera la historia de dos latidos que durante unas décimas de segundo, marcharon juntos.





Canción: La felicidad (Vicente Feliú)

INFORME DE PROGRESOS, 22




Luis y el violinista siguen tocando por la calle, normalmente junto al malecón. Billie y yo seguimos descansando en el hotel y por la noche nos vemos los cuatro en la playa, acompañando a las estrellas con esa música que ellos traen del sur. En el sur hay historia. Luis nació en Rosario, ciudad con tradición artística, dice él. Luis podría ser el abuelo del violinista, pero parecen hermanos. Comparten una luz entre los dos que a Billie le recuerda a la que compartía con aquel judas del barco que se suicidó con el arma más eficaz: la indiferencia. Billie no quería desconfiar de nadie pero...

-Tú eres así, Billie. Crees en la gente. Yo nunca te voy a fallar
-¿Estás seguro? –Me dijo riendo con mirada incrédula –¡Ya lo sé, Charlie! –Pasando su mano por mi hombro con una sinceridad herida por una puñalada de la vida.

El joven del violín (que nunca nos dijo su nombre) se incorporó al grupo con el que toca Luis. Todos son sudamericanos y tocan el folclore de allí. Ahora sé cómo se llaman esas flautas de madera: quenas. La guitarra pequeña es un charango. Luis me ha dado unas clases de terminología Lunfarda y me ha contado una historia que hablaba de un cafisho farabute que sacaba chala de las minas en el quilombo de su paica. A veces no entiendo a Luis y al violinista cuando están tocando, no porque canten en lunfardo, si no porque la comunión entre los dos es tal que aunque se conocen desde hace unos días, la música que sale de sus manos parece ensayada. Nadie diría que improvisan. Si vuelvo a la panadería le contaré todo esto a John, el hijo de la señora Malory. Él lo entenderá. La música es capaz de desvelarme sentimientos que no he podido descubrir en la consulta del doctor Strauss ni en las clases de miss Kinnian. Ni siquiera Sally, cuando estaba triste, me provocaba esta sensación tan especial de convivir con la vida.
Y es que Sally la triste era otro cantar.
Ahora, con el faro – cíclope acechando naufragios como un gran foco dirigido a un escenario vivo, Luis habla de la vida, del amor y de otras enfermedades mientras el violín resbala en un quejido tenue. La calma que se respira es como la que queda cuando tomamos aire para un estornudo: tan breve que hay que aprovecharla.

Luis coge su guitarra llena de arena de tantas playas como ésta y la abriga entre sus brazos. Sus dedos acarician las cuerdas como pájaros tendidos en los cables de la luz. Luis canta y toca con un sabor a tango irremediable. El violinista mira las manos de Luis, mira su cara. Sí, Billie está viendo la cara de su amigo, cuando soñaban juntos y creían que había magia entre los dos. Sí, Billie sólo desea que entre Luis y este joven haya magia de verdad, aunque sea necesario cambiar treinta judas por un amigo. Billie encontrará su magia. No he conocido a nadie que sepa encajar tan bien los golpes como él. Me repite siempre que la indiferencia es el mayor castigo, pero él no sabe ser indiferente. De hecho, creo que en su interior está esperando que aquel judas que se suicidó matando su confianza, obre el milagro de resucitar esa amistad. Quizás sea eso la vida: esperar (como yo aquí), con Billie, Luis y el violinista, iluminando con sus ojos todo el destello posible para entender que esto es lo que querría hacer con mi vida: vivirla.





Canción: La canilla del patio (Rafael Amor)

INFORME DE PROGRESOS, 23




Ayer, mientras Luis nos preparaba mate junto a sus compañeros de grupo, nos dijo que se marchaba a su país. “Vuelvo al sur”, susurró en voz baja como un deseo que le había acompañado casi toda la vida. Y así era. Sus compañeros se le echaron encima con noticias y cartas escritas rápidamente sobre papel pautado, dirigidas a sus familias. El mate tenía ese sabor a barrio que nos cantaba Luis en sus historias suburbanas, ese matiz sombrío que enamoraba como la fe de un mishé por su fulana. Billie sabía de eso aunque sus fulanas no tenían acento porteño, lo que habría sido ya la guinda del pastel, decía.

Una farra de despedida que sonaba a un hastaluego, con aroma a nomeolvides nos llevó a la confidencia a los tres de siempre, porque el violinista y los demás no dijeron nada, sólo tocaban, como era su costumbre.

Luis se marchó por la noche con su guitarra y una maleta pequeña que llevaba siempre consigo. Parecía que la hubiera cogido el día que salió de Argentina como un recuerdo o un frasco, con el único fin de llevarla de vuelta a casa. Se perdió en un barco y Billie le despidió como el que se despide de sí mismo (es decir, no dijo nada)
El violinista se quedó con el grupo, quizás hasta que otra llamada del mar lo llevara a agua firme. Era como un marinero anclado en tierra, por eso se llevaba bien con Billie. Los dos miraban al mar como a la vagina a la que esperas volver algún día para nacer de nuevo.

Esta mañana con la resaca de la despedida, Billie me ha dicho: “prepara las cosas, Charlie. Volvemos”. Un frío recorrió mi cuerpo. Las lágrimas empujaban como si quisieran romperme los ojos, pero no lloré. Subimos al coche sin despedirnos del violinista ni del grupo de Luis. El mar quedó a nuestras espaldas como el que deja un amor eterno por ver si lo puede olvidar.
No le pregunté a Billie si había hablado con el señor Donner, supongo que sí. En estos días debería haber buscado trabajo por aquí, para no volver a la panadería, pero he estado ocupado en vivir. Nunca había estado tanto tiempo fuera. No me veo donde estaba antes, con esos doctores y esos bollos de crema, pero tampoco sé muy bien qué otra cosa podría hacer.

La noche nos sorprendió viajando. Cuando la brisa no era más que un recuerdo, Billie paró el coche bajo una sombra que nos protegiera de la luna, para llorarme y decirme:

-Si algún día quiero abandonar esta puta vida y tú estás cerca, recuérdame todo lo que hemos vivido. Y si, aún así, quiero abandonar esta puta vida, entonces mátame tú mismo


Allí nos hemos quedado, abrazados como dos piedras de una pirámide, derramando mar a borbotones.






Canción: Vuelvo al sur (canta Caetano Veloso)


FIN